[ Hombre Invisible ]


«La punta del cuchillo jugaba suavemente sobre la mesa, sin hacer ruido. Sin llamar la atención. Igual que aquel hombre que marcaba la madera. Nada inusual. Un hombre cualquiera. Un hombre común. Sin el porte estético de los modelos. Sin vestir ropa de marca famosa. Sin el dinero suficiente para cuidarse el cabello, pero que le alcanzaba para tomarse ese café todas las mañanas y tener un libro diferente cada semana. De ojos defectuosos que le obligaban a usar anteojos y que le hacía doler su hábito de lector empedernido. De barba dispareja porque los genes seguramente se emborracharon cuando fue concebido. Tenía poco cabello a pesar de su edad. De nariz profusa y cachetes regordetes, con una papada que ocultaba su manzana de Adán. Era parte de mi día a día; y era hasta ocioso observarlo. No había nada de extraordinario en ese sujeto. Dudo que tuviera familia, amigos o una pareja, porque siempre iba solo. Pero ésta vez algo era distinto: marcaba la mesa con el cuchillo. Pensé en reclamarle, pues jodida reprimenda recibiría del dueño cuando vea la marca. Pero le dejé hacer. No sé por qué, pero le dejé. Me acerqué a tomar su clásico pedido de café con dos de azúcar, pero, sin poder evitarlo pregunté que escribía en la mesa. Sonrío melancólicamente mientras tapaba el escrito con el libro y me soltó un clásico “Nada” como respuesta. Me retiré y esperé… Esperé. No he sido hombre curioso pero esa mañana cada segundo se volvió un siglo. Incluso atendí rápidamente a los clientes que llegaban para ver en qué momento nuestro habitual personaje se retiraba. Hasta que luego de unas interminable media hora se levantó y se fue. Caminé rápidamente a la mesa, casi corriendo, para leer “Soy invisible”. Por esas cosas que a veces nos ocurren, me puse triste. Nadie debería sentirse así. Y mientras pensaba en silencio el sonido de golpe y el griterío en la calle me despertó. Era él, tendido en la pista, rodeado de un charco de sangre y de una ola de curiosos acercándose. Fui parte de esa masa que gritó pidiendo ayuda y que llamen a un médico. En vano llegó la ambulancia. Preguntaron si alguien era su familiar o conocido, y por instinto me ofrecí. Acompañé el cuerpo inerte al hospital. No llevaba documentos así que paso a ser un NN más de la morgue. Un número estadístico. Un muerto sin nombre. Caminé de regreso, fumando y esperaba una lluvia que nunca llegó, porque quería disimular las lágrimas que por ese desconocido solté. Llegué al trabajo y me jefe me gritó… y la verdad no hubiera importado sino hubiera dicho “…Y todo, por un feo cualquiera”. Gocé en darle ese puñetazo en su acicalada cara de modelo ricachón y cual orate, cogí la maldita mesa y me fui de allí. Diez años han pasado, y aún tengo la pequeña mesa en el jardín, para decirle en silencio, cada vez que la veo, que a pesar de su soledad, no fue un hombre invisible.»

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú • 15/dic./2016



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