«En tu libro favorito dejé una nota con mi pésima caligrafía, que ese día estuvo peor que nunca. Mi mano temblaba. Estaba nervioso por osar en escribirte. Usé el block de notas que me regalaste por mi cumpleaños, cuando conversábamos en la escalera junto a tu puerta. ¿Recuerdas? Sólo me entregaste la libreta y te sonreí entre alegría y tristeza. No sabías que era mi cumpleaños, hasta que te lo dije una hora después. Te ruborizaste y tus mejillas era dos lunas rojas que orbitaban tu mirada. Querías disculparte pero te repetía que no tenías por qué hacerlo. Y esperaba que probablemente estuvieras leyendo esos versos mal armados… los intentos vanos de expresarte lo que siento. Los plagios de sintaxis a tus poetas favoritos… Creo que ahora debo disculparme por eso. Me hubiera gustado ser Neruda, o Benedetii, tan solo para ver brillar tus ojos por palabras que fueran mías. Maldije no haber sido como Cortázar o Girondo, para que mis letras te hicieran soñar por un segundo. Me desprecié tantas noches en las que imperó el insomnio, por no tener las habilidades de Sabines ni haber sabido describirte como Darío. No hay palabras bellas, ni metáforas, ni hipérboles, ni hiatos que desafíen la sintaxis en modo “avant garde”. Ni siquiera pude ser un poeta maldito. Sólo pude escribirte, entre el silencio y el suspiro, como vibra mi corazón al recordarte, o como ilumina tu sonrisa mi día. Intenté, infructuosamente, de graficar a través de las letras que me despierto con el olor de tu cabello, con tus sonidos matutinos, con la imagen de la bata arrugada sobre la silla y las almohadas que siempre dejas caer y que, cual ritual enceguecido por el dogma, recogía de tu lado de la cama. Puse en esa nota, sin mucho éxito de seguro, que tu espalda era el lienzo perfecto, que tu desnudez hacía temblar a las venus renacentistas… que el claroscuro de tu perfil era la mejor pintura que me regalaba el mediodía…

Entre las hojas de tu libro favorito dejé una nota. La puse en la madrugada, mientras dormías y vendía el alma al Diablo para que guiara mi mano. En ella imploraba que regreses… que no te fueras de mi vida… Que te necesitaba siempre a mi lado. Esperé vagamente que al estar lejos de mi, lo abrieras durante el viaje, que pensaras igual que yo y dieras la media vuelta y dejaras todo para que me amaras, y no ser solo tu aventura de vacaciones de verano. Que sin ser el intelectual cosmopolita, podrías hallar en mi más que tus libros, tus museos, y tus poetas.

El cartero me trajo tu libro favorito al día siguiente de tu partida, con tu dedicatoria escrita en bellas grafías sobre la primera página, dándome como obsequio este libro para que siempre te recuerde. Entre lágrimas, sólo atiné a sacar la nota escondida que jamás leerás. Prendí un cigarrillo y con la flama del encendedor la quemé, y vi desvanecerse entre humo y cenizas la única vez que amé.

Llaman a la puerta. Tengo que partir. Vienen a recoger mi alma. Sonrío amargamente, pero soy hombre de honor. Pido que me dé un momento. Me visto de mis mejores galas y lo acompaño. Un trato, es un trato.»

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú • 31/ene./2017



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