[ Dark Love ]

~ o un relato algo erótico ~


«Ya llega la noche. Ya es el momento para ser invocado. Sólo me queda esperar. Me estiro. A falta de un buen escondite esta casa abandonada sirve muy bien. Asomo hacia afuera por un momento… y te recuerdo hoy. No sé si te veré esta noche. Aún estoy esperando que me invoques, mientras tanto decido que outfit usaré hoy. Mmmm... Detesto que no haya nada que pueda usar en verdad, así que me enfundo en negro otra vez “¡Qué novedad!” me digo mientras muestro la sonrisa agridulce… total, es el color que reflejaría mejor a mi alma.

Salgo a la calle y veo a la gente en la plaza conversando. Puedo olerlos. Sentir su sangre recorrer sus venas y sin embargo me parecen tan insípidos, sosos… ¡Qué pensamiento cruel! Supongo que tu esencia es la única que me apetece; la única que me motiva y alimenta ¿Me habré enviciado de tu esencia? Quizás. Y como todo vicio… me gusta.

Paseo por la plaza y recorro el boulevard. Enciendo un cigarrillo y sigo avanzando. Veo los clubes alrededor. Gente saliendo y entrando. Veo ángeles y demonios divertirse también. No me saludan, especialmente los ángeles. No saludan. Nunca lo hacen. Siempre con su mirada de desprecio, a excepción tuya ¿Es que no te puedo quitar de mi cabeza? No. No lo hago, porque simplemente, no quiero.

Me acerco a Vancouver Square y veo algunos chicos correr. Quieren ir al anfiteatro. Mientras ellos corren, yo camino. Ya es mi tercer cigarrillo. Miro al cielo y veo a la luna; le sonrío y siento que su luz me baña, me reconforta… ¡Oh madre luna! Gracias… Perdona las veces que te he reclamado tener un hijo de piel… Y ahora el viento ha traído mi nombre; una, dos, tres veces… tres voces que no son la tuya. El deber me llama. Invoco al ángel caído en mi: ángel vengador, ángel de muerte. He de ir a aplacar las iras de otros. He de ir a llenarme las manos de sangre esta noche; sangre que no me provoca… que me asquea. Debería tener otro trabajo, pero soy lo que soy… y ese es mi destino.

Al fin acabo ¡Vaya que esta vez me han exigido! Luzbel, ninguno de tus paupérrimos demonios será mejor asesino que yo ¿Aún me temes? ¿Seguirás pensando que algún día reclamaré tu trono? Esa idea me entretiene. Ya la luna está brillante y entro al club Bordello. Saludo y algunos me responden. Veo caras conocidas. Hago algún chascarrillo y robo unas sonrisas. Pero no es igual. No estás tú. Me siento en el piano y enciendo otro cigarrillo. Me piden que vaya a la pista de baile, pero prefiero seguir sentado. Invento alguna excusa ligera y pido una copa de vino. Juego con la copa. La hago girar sobre su base sin derramar el vino: borgoña, dulce, como tus labios, como tu esencia, como tu sangre... Veo mi reloj y la noche está acabando. No. No estás. Sólo me quedará añorarte más.

Salgo del club, aburrido. Enciendo otro cigarrillo y en el humo azul escucho mi nombre en tu voz. Quizás me lo he imaginado y sigo caminado rumbo a mi lúgubre mansión; ya va a amanecer y necesito guarecerme…  Pero… No… No me he equivocad. ¡Es tu voz! Pero la noche acaba: buscarte ahora sería morir. Demasiado riesgo… pero lo vales. Siempre serás lo más importante, así me cueste la vida. Miro alrededor. Nadie. Despliego mis alas y me elevo hacia tu apartamento. Hacia ti.

Llego al techo de tu edificio y desciendo por la escalera de emergencia. Busco tu puerta y toco. ¿Por qué siempre me anuncio contigo? ¿Acaso ya no me invitaste a pasar antes? “Si invitas a un vampiro a entrar siempre lo hará” dicta la ley, pero nunca te he querido importunar… Nunca he querido creer que puedo hacerlo. No contigo.

Me abres la puerta y sonríes. Te respondo con otra sonrisa, mientras me pierdo en tus ojos púrpura. Ojos de gata. Nos quedamos unos segundos en la puerta hasta que al fin me invitas a pasar. Enciendo un cigarrillo más y me rasco la cabeza para preguntarte si todo está bien, si no has tenido problemas y me respondes que no, que has tenido un día tranquilo. Miro alrededor y veo que hay una botella de vino en la mesa de centro, con dos copas servidas. Te has dado cuenta de ello y me miras. Me disculpo por importunar. Sabes que no me entrometo si estás en compañía… y te enojas conmigo. Dices que es para mí y yo… yo soy tan idiota de no haberme dado cuenta. Me sonrojo y te doy las gracias, pero… ¿Por qué ahora? El Sol ya va a salir y sabes muy bien que no podré quedarme… y antes que te dé la excusa me señalas las ventanas mientras ríes. Idiota. Soy un idiota. Has pintado las ventanas en negro. No dejas pasar la luz de la calle.

Y antes que reaccione me abrazas y te quedas en mi pecho. Te retorno el abrazo y me pierdo otra vez en tus ojos. No me dices nada, sólo silencio. Mueves tu cabeza y expones tu cuello para mí. Acerco mi boca a tus oídos; respiro en ellos y siento cómo se agita tu corazón. Te excita sentirme así: etéreo, al borde del ataque, pero sin hacer nada. Saco los colmillos y juego con sus puntas en tu cuello. Sigo así hasta exasperarte, hasta que al fin me pides que lo haga… y me alimento de ti mientras suspiras y gimes. Niña traviesa: sabes que me gusta eso y siento tu esencia recorrerme. Me alimentas y no quiero más que tu sangre. Y bebo. Bebo hasta saciarme y no dañarte. Siempre tengo cuidado, porque nunca quisiera lastimarte.

Paso mi lengua entre mis colmillos y sobre tu cuello. Lo cicatrizo y así evito dañarte más. Me sonríes e inclinas tu cabeza hacia mí, ofreciéndome tus labios, los cuales beso, lentamente, mientras mi mano recorre tu espalda0 Los beso, los muerdo, los saboreo. Te acercó a mí, pero me detienes. Me invitas a sentarme y beber del vino, mientras entras a la habitación. Me recuesto en el sillón y te espero. Demoras, pero no importa. Nunca me ha importada sabiéndote cerca.

Hasta que sales con ese traje de odalisca ¿Qué planeas, mujer? Lo sospecho mientras pones la música, música muzárabe. Sabes que me gusta y empiezas a bailar para mí. ¡Cuánto esfuerzo haces sólo para mí! No sabes que halago me das y me miras fijamente, mientras mueves tus caderas, mientras danzas con frenesí. La música… tus caderas… la música… tus ojos… la música… tus senos… la música… tu olor… No soporto más y me levanto del sillón. Empiezas a reír y corres hacia la habitación. Te persigo y me detengo en el umbral del dormitorio. Rosas. Rosas blancas. Todo el piso tiene rosas blancas. Quiero llorar de alegría, pero no reacciono, aunque esta sensación me recuerda que tienes la otra mitad de mi corazón.

Te cuelgas de mi cuello y me besas… y te beso con ternura y con pasión. Me estás llevando al límite y te gusta. Tomo la cinta del sostén en mi boca y la muerdo con mis colmillos. Te la he arrancado mientras tus manos han abierto mi camisa y sin quitármela has llevado tus manos a mi espalda. Ahora puedo sentir la piel de tu pecho junto al mío. Tan cálida.… tan ardiente.

Te cargo y te llevo a la cama sin dejar de besarte ¿O eres tú quién no deja de besarme? Ya me has quitado la camisa y empiezas a besarme… luego a lamerme… luego me muerdes y no aguanto más. Halo de tus cabellos y empiezo a comer tu cuello sólo a besos. Paseo mi lengua por él. Nuestras manos y brazos se mueven por inercia. Nos desvestimos mutuamente. Es que ya es un hecho que tu piel necesita de la mía como yo de la tuya. Giramos y ahora estoy sobre la cama y tú encima. Perfecta posición. Ahora puedo tomar tus pechos con mis manos, jugar con tus pezones mientras te penetras con mi cuerpo. Gimes… No… Estás gritando, pero de placer. Llevo mi mano a tu rostro y al tocar tus labios lames mis dedos y te siento cada vez más cálida, más húmeda… Sólo siento al ritmo que marca tu cuerpo. Quiero sentarme, pero pones tus manos en mi pecho. Quieres que espere un poco y aumenta el ritmo de tus caderas. Sé que ya estás llegando a tu límite también, entonces me levanto, acerco tu pecho al mío y ahora soy yo quien te tiene; ahora soy yo quien mueve las caderas.

Siento tus uñas en mi espalda, rasgándome la piel mientras me pides más. Y te doy más. Te doy hasta que siento mis ingles húmedas…, hasta que das ese suspiro que me avisa que ya tocaste el éxtasis; sólo que aún no he terminado. 

Aún estás sentada y te recuesto en la cama, sin retirarme. Ahora beso tus piernas, tus pantorrillas… Noto que no te quitaste los tacones. Conoces hasta mis fetiches y eso me excita más. Y te sigo penetrando. Me pides que me detenga, que te dé una pausa, pero sigo porque no puedo detenerme. No. La verdad es que no quiero hacerlo. Ahora estás más sensible y me pides que te bese, pero no lo hago, sólo acerco mi lengua a tus labios. Intentas atrapar mi boca y no te dejo. Deseo que desees: que me desees más... y seguimos así hasta que arqueas tu espalda y te traigo hacia mí. Sí. Ese movimiento ha hecho que detones esta vez más fuerte; sólo que aún no he terminado.

Te recuesto en la cama, dándome la espalda. Ya sabes mi intención, y te acomodas para que pueda entrar en ti. Has levantado tus caderas y recostado tu cabeza en la cama, sólo que esta vez es distinto, porque ahora me tomas mientras te penetro. Juegas con mis genitales y me masturbas mientras estoy dentro tuyo. Hoy te has propuesto enloquecerme… y me gusta. Pides girar para que se crucen nuestras miradas mientras estamos hechos uno. Me pides que te bañe. Me pides que me venga sobre ti y no soporto más y lo hago: tomas prontamente mis fluidos y los mezclas en tus manos para masajearte el vientre, tus ingles, tus pechos… mientras me dices que quieres oler sólo a mí.

Te abrazo y te recuestas en mi pecho y juego con tu cabello hasta que te siento dormida. ¿Qué hora es? Miro el reloj de tu velador y veo que son las once de la mañana. Sólo tú has logrado que siga despierto a estas horas y fuera de mi refugio, fuera de mi mansión abandonada. Por un momento me siento en un hogar y cierro los ojos para dormir.

Despierto. Veo el reloj y son las siete de la noche… y estoy nuevamente solo. Ya no estás. Sólo ha quedado una rosa blanca en el lado de tu cama. Me visto y enciendo un cigarrillo. Bebo una copa del vino que quedó de anoche. Tomo la rosa que dejaste, me muerdo mi mano hasta que empieza a sangrar y baño a la rosa hasta dejarla roja. La coloco en la cama otra vez. Abro la ventana y la noche reina de nuevo. El viento trae mi nombre. Siguen invocando al ángel caído: hay trabajo que hacer. Miro la cama ahora ocupada sólo por la rosa roja… y no me queda más que añorarte otra vez. Envidio a aquél que te tiene a su lado ahora. A aquél que puede compartir su tiempo a plenitud contigo; aunque estas ventanas ennegrecidas hacen que piense que deseas tenerme más tiempo. No. Quizás sólo lo imagino. Miro a la luna y susurro tu nombre para que el viento lo lleve y te recuerde que siempre te pienso, porque como un vicio, me has hecho adicto a ti.

Salgo del apartamento y espero que me llames, otra vez.»

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú • 17/mrz./2009


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