[ dueto ]



«Te dejé entrar. Cerrando la puerta tras de mí puse el cerrojo. No sabía lo que hacía, pero hace tiempo mi alma clamaba. No quería despedirme sin antes sentir la suavidad de tus caricias. Sin pensar dos veces dije:
–  Quédate está noche.
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Y mi razón dictaba que era un error. La alerta se disparó, pero inútil fue toda resistencia, pues ya tu saliva envenenada era residente de los rincones más profundos de mi piel, que sedienta de tu sabor, cedió ante la tentación de tus húmedos labios, que tenía lacrados los sellos de la lujuria y la gula entre tus comisuras.
– Está bien – fue la respuesta a duras penadas musitada.
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Te besé como solo en sueños había logrado hacer: con dulzura y ferocidad, más sentirte tan cerca era adictivo. En el momento en el cual toqué tu piel, supe que me dolería dejarte ir, pero ya no había marcha atrás: tus labios me consumían y desataban el infierno dentro de mí. Lo mío era una sed que nunca paraba. Me aferré a esto, a lo único que tendría de un “nosotros” que tatuaría por siempre en mi piel.
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Sorprendido por el ataque veloz de tu boca, abriste la celda a mi pasión, sin miedo a las consecuencias. No sé si lo sabías, pero ésto iba más allá del amor y los votos que poetas y cantantes han expresado por los siglos de los siglos. Me bastó sentir el halo de tu respirar agitado y cálido para no dar marcha atrás. La línea se cruzó y la vergüenza, espantada por las olas de deseo emergentes, huyó despavorida, llevándose a la cordura consigo.
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¡Quien quería gozar de cordialidades! Quizá tarde me di cuenta que fui yo quien lo acribilló con su aliento acelerado, pero realmente no quería que el pudor resquebrajara la poca valentía que a pulso había forjado. Fui por su camisa sintiendo el rubor subir a mis mejillas, pero hoy solo lo quería a él…
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Posesión endemoniada se apodera de las manos, que recorren los largos cabellos ennegrecidos por las noches de luna, para halar de ellos con fuerza y exponer su mirada con la mía… Explorar las galaxias que radican en sus pupilas y ser el agujero negro que habría de consumirlas impidiendo que escape hasta el último suspiro concebido… Es su aroma que intoxica e invita, exponiendo la piel del cuello para el festín de las fauces enloquecidas.
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Sin dar paso al letargo comienzan una danza que los invita a pecar. Había despertado al demonio que en él habitaba. La lujuria descendió sobre sus pieles expuestas a la luz de la luna, desgarrando algo más que la ropa. Desnudaban más que la piel, consumidos por un deseo primitivo carente de control, fundidos en uniformes movimientos: deseos guardados por fin aflorando. Sonidos ahogados por dos labios que no tenían límite.
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Se conjugan en frenesí las pieles y los sudores. Se condensa el espacio por los vapores apasionados que dementes se elevan en la habitación. El tiempo ha muerto. Se diluyó el pasado al tratar de construir un mañana inexistente. Solo existe un presente de desenfreno que todo lo devora y consume. El Olvido se llevó los reclamos y las lágrimas, y el Tiempo, en pleno acto perverso, ha detenido su andar para contemplar con lujuria creciente en el pecho la orgía de caricias mutuamente profesadas entre amantes enceguecidos. 
Vorágine de gemidos que el viento difícilmente contiene para restringirlos a esas cuatro paredes mientras se empañan las ventanas, mientras las líneas carmesíes se dibujan sobre la piel, como huellas probatorias de los surcos que la pasión exige.
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Con ligeros espasmos surcando su cuerpo entero, conmocionada por la intensidad de aquellas horas, con algo más que el aroma de su perfume impregnando su nariz. Aquello había sobrepasado sus fantasías, queriéndolo o no, se quedó ahí, aferrada a aquella piel, aletargando el momento del adiós. Sus labios ahora hinchados besaban con dulzura las manos que habían recorrido su cuerpo sin estupor.
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Y el silencio reinó para dar paso al lenguaje que solo las yemas de los dedos saben proferir, y recorrí cada pliegue de su cuerpo, para grabar en la memoria las improntas imborrables de un encuentro que no volverá a suceder, y mi lengua bebió de la sal de su piel, y mis labios, del néctar de sus lágrimas, que habían mezclado con fórmula alquímica la tristeza y el placer, mientras la luna cómplice se alejaba, para que las nubes cubran todo vestigio de este encuentro, pues hasta el astro nocturno no deseaba ser testigo del momento del adiós.
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Lo miró sin pronunciar palabra alguna. No había necesidad. Acercó con ligereza sus labios y promulgó un beso lleno de sentimientos al recostarse entre el hueco de su brazo y su pecho. Comenzó un decadente, pero tranquilizante movimiento con sus dedos. Creaba pequeñas ondas sobre su piel desnuda. Poco a poco las respiraciones se ralentizaron, y él se quedó sumido en un profundo sueño. Nunca sería de despedidas  – decía para sí –. Levantándose despacio, cogió su ropa regada por todo el suelo. Lo miraba mientras se vestía. Era el momento. Éste era su adiós. Lentamente caminó hacia la puerta, y giró para mirarlo una última vez. Él no lo sabía, pero se quedaba con la mitad de un agonizante corazón. Salió de ese cuarto. Una lágrima descendió por su rostro, enmarcando un encuentro inolvidable.
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Y al cerrarse la manija de la puerta, el chasquido del acero ocultó el sonido de los labios al pronunciar el temido adiós… Esos, que trataron de ocultarse tras el humo azul del cigarrillo que encendía él, mientras se ahogaba el de ella entre la lágrima y el nudo en la garganta. Y el mundo, siguió girando alrededor.»

© Sᴀʜᴏʀɪ Hᴇʀɴᴀ́ɴᴅᴇᴢ • “Crónicas de una demente”.
© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ • “Desvaríos de un ángel caído”.
Mexico/Perú • 01º/ago./2017 



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