«Bendita la caprichosa Providencia, que tu camino cruzó con el mío. Recuerdo que ese día no hubo sombra de abril, ni tarde triste de otoño. Podría decir,  por acto de ensoñación, que gris era el cielo a pesar del cálido estío, o que tus ojos, fueron los soles que disiparon todos los inviernos bajo mi abrigo. Sólo atino a ver, en el horizonte de mi frágil memoria, tu sonrisa de niña traviesa, y tu larga cabellera hecha un revoltijo con el viento… y esos tus ojos, taciturnos y de tristeza profunda, que se ocultaban detrás de ese ceño fruncido de felina fiera e indomable, mientras caminabas lento a través del jardín, enfundada en ese simple y elegante vestido. Sonreías con desdén de ver como los hombres comunes, por tu físico te halagaban, generando la ira en los rostros de sus damas, que con gestos carceleros, halaban las cadenas invisibles de sus propiedades. Para ellos, que te rodearon prestamente, eras el cuerpo que había que tomar como trofeo. Para ellas, eras la envidia por lograr que las miradas claudicaran bajo tu hechizo. Para mí, eran tus ojos en los que mi atención se clavaba inmersa. Agradecías los halagos a tu rostro, a tu figura, a tu juventud… y al tener la oportunidad de tenerte cerca, recuerdo haberte dicho, que tu vestido era hermoso, y tu gusto era exquisito, para saber ocultar tus pesares del superficial mundo. Tu mirada me escudriñó mientras te sonreí cínicamente… y así capté tu atención. Y tus misterios,  desde ese día, fueron los anzuelos a los que mi alma suicida se incrustó por voluntad propia, develándolos todo lo que pude, hasta lograr de ti los premios que más atesoro: la sonrisa franca en tus ojos, lejos de toda pena, y haber oído, desde tus labios, la melodía que procuraban tus suspiros enamorados. Tu piel pudo obtenerla cualquiera. Tu alma, me pertenecía. Pero nada es eterno… y el amor, mucho menos. Aún me pregunto, ahora que te evoco entre la soledad del café frío y el humo azul del cigarrillo, si debí haber dejado todo y subir al maldito avión, o si no fui suficiente motivo para que te quedaras.  Sólo sé, que en estos paseos solitarios, sonrío como demente ante la vitrina de la tienda, cuando en ella veo en el hermoso maniquí, el modelo del vestido que portabas… y tu nombre, vuelve a mí, convertido en la canción de amor más triste y dolorosa que jamás el viento, a éste demonio, le cantó.» 

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú • 16/oct./2017

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