«Confieso que hay una mujer
a la que el mismo Atlas envidia.
En su espalda carga al mundo,
al Hades y al Olimpo… e hizo espacio
para las penas del alma mía.

Confieso que hay una mujer
que hace llorar a las níveas nubes,
cuando el terco Sol quiere hacer su trabajo.
Si la tristeza en su corazón yace,
la naturaleza conspira para que el dolor aplaque.

Confieso que hay una mujer
pervertida en demasía, al punto
que la Lujuria le rinde pleitesía.
Devoradora de orgasmos infinitos que
con endemoniada malicia busco complacer,
muriendo satisfactoriamente cada eternidad en mis inútiles intentos.

Confieso que hay una mujer
cuya voz calma las tormentas y aplaca las iras.
Con tonalidad armoniosa, me arrodillo,
pues sin duda la adoro como si fuera diosa.
Si la paz existe es porque en sus senos,
los temores desaparecen y mueren los desesperos.

Confieso que hay una mujer
cuya inocencia y fragilidad motivan mi espada.
Me declaré protector del brillo infantil de sus ojos
y de sus gestos traviesos que ensalzan su candor.
La muerte le declaro a quien ose generarle una lágrima…
Y por ello guardo una daga con mi nombre,
para pagar con mi vida la osadía de dañarla por ser un simple hombre.

Confieso que hay una mujer…
Una… Sólo una…
Que pudo motivar a un fallido escritor,
intentar describirle en mal armados versos.
Confieso que hay una mujer…
Una… Sólo una…
En la que por uno solo de sus besos…
Yo me pierdo.»

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú • 07/oct./2017


[ ► Lectura del autor ]



Comentarios

Entradas populares