«Llegamos al crucero y paladeo con firmeza el miedo que la adrenalina produce. Silenciosa cual serpiente, mi mano se desliza buscando la tuya, obviando las advertencias de reacciones futuras, lanzándose de modo suicida en el presente. El pulso ebulle, y mantengo la mirada sobre la luz roja del semáforo, sabiendo que es la dirección opuesta de tus ojos, para no delatar mis torpes pretensiones, y ahuyentar los ecos de altisonantes dubitaciones que al unísono, marcan el ritmo de los latidos, las esperanzas, los pensamientos, y las febriles ilusiones. Los segundos avanzan lerdamente. La bermeja luz artificial se va tornando verdosa y mis dedos hurgan entre los surcos de tu palma, mientras los tuyos, con todo el tiempo que puede otorgar la efímera eternidad, aceptan suavemente entrelazarse con los míos. La citadina señal nos indica que avancemos, y nuestros pasos van al mismo ritmo sobre un asfalto que ya no me parece tan grisáceo. Aún no volteo a mirarte, porque tengo el corazón batallando por aminorar las sangrientas pulsaciones, pero el reflejo de una vitrina me muestra que a pesar de mi furtivo actuar, tus ojos me sonríen con dulzura. Mi boca sigue emitiendo otros sonidos. Discursos, que enmascaran todo lo sentido… y creo que jamás el mundo podrá entender cuan maravilloso se siente, que nuestras líneas del destino – ésas, donde escudriñan con vehemencia los comerciantes de predicciones –, se intersectan humildemente, cuando nuestros pasos van compartiendo el mismo camino.»

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú  • 18/feb./2019



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