[ In Memoriam, for m'beloved sister B. J. ]


Estoy parado ante tu nombre, todavía envuelto en olor de flores. Ya acabó la fanfarria, el homenaje y el oropel. Ya se secaron los ojos de la multitud, y los diccionarios terminaron con déficit de adjetivos y calificativos positivos. Todo autor usó hasta la última gota de tinta en recordarte de las formas más maravillosas que puede darnos el lenguaje. Todo corazón gastó hasta la última lágrima llorándote. Todo latido actuó compungido, dejando estelas de suspiros rotos. Todos, desde famosos desconocidos, anónimos amantes y sinceros amigos, han prometido por siempre recordarte. No podía ser menos. Eras tú: no podía ser jodidamente menos.

El viento se lleva las últimas lágrimas. El ocaso va trayendo sombra para dejar en el ayer los estados acongojados. Este planeta seguirá girando, así sea que para algunos ya no nos importe, o no sea de agrado. Me enrolé – más a fuerza que por querer –, en el papel de estoico ujier. No podía concebir que nadie diera el paso adelante y lo hiciera; y sin proponérmelo, me estuve estrellando a cada instante ante el dolor de saberte ausente, inerte…, y con ello recordé la receta para calmar un poco la pena: empaparme en ella, hasta que sea inocua, inane…, hasta volverme indolente, cruel, despiadado. Para esto fui creado. No por nada soy tu hermano. 

Sonrío por un segundo agriamente, aliviado por el silencio ahora imperante. Siempre odiamos que hubiera tristeza en un pecho ajeno, y más aún, que fuera motivado por nuestra suerte. Lo sé: odiamos los homenajes, no tanto como nuestros cumpleaños, o cualquier loor, pero ahora no puedes expresar queja y tienes que soportarlo ineludiblemente… y por eso he sonreído, imaginando tu cara de fastidio. Molestarnos mutuamente siempre fue un deleite.

Sigo de pie ante tu nombre: ese nombre que pocos conocían. No es el nombre que hoy inunda oraciones por tu alma. Tampoco fue el nombre con el que cual te conocí, al igual que no usé mi nombre al presentarme; pero aprendimos a llamarnos de mil maneras y de mil formas y de mil colores, mientras no fueran aquellos innombrables nombres; o mejor dicho, los legales a los que nuestros padres humanos nos encadenaron. No te gustaban los tuyos como yo detesto los míos, y bromeábamos tantas veces sobre quien tenía la peor combinación de ellos. Fue una de las tantas cosas que me dejaste saber de ti, aunque sólo sé que por ti rebauticé a las margaritas, pues en cada una de ellas, ahora sólo evoco tus grandes ojos saltones y tu pícara sonrisa.

Partiste, dejando un mar de deudas: ¿Cuántos cafés me debes? Creí que eran treinta y ocho, pero muy probablemente el guarismo quede corto. Y te metiste sin permiso en mi lista de canciones, derritiéndote como adolescente por Elvis y sorprendiéndote con alegría ante las nuevas canciones que te mostraba como trofeos de mis madrugadoras cacerías, las que gustosamente, con tu paciencia maternal oías. Sonreí al haberte convertido en oyente de Imagine Dragons, y me sorprendiste dedicándome aquella canción sobre cómo se logra sobrevivir con el corazón petrificado. Te volviste la filial compañía de conversaciones insomnes. Nos volvimos confesores de pecados no menores, rechazando absoluciones. Fuimos críticos de cine frustrados, fanáticos de "Grease" por todos lados. Amabas "El Padrino" pero no más que "El pájaro espino". Fuimos confesos adictos al humo pernicioso, y entre volutas y espirales azul acero nos transformamos en cronistas de amores abortados, de besos jamás proferidos por los seres que en secreta fantasía amamos… Fuimos un par de insanos y tontos soñadores. Fuimos hermanos. Sólo sé que me cuesta ahora cumplir con la promesa de no romperme, y me aprisionan la garganta el dolor y la impotencia. Sé que intentarías calmar esta ira que escupo a los cielos: tu fe siempre fue de tus notables virtudes, mientras yo sólo sé andar por los infiernos; pero tú sí cumpliste tu palabra: mis secretos te los llevaste a la tumba, para que ningún dios o mortal supiera el punto débil que diera fin a un desterrado Caído. El problema es que te llevaste también nuestros cómplices sueños de infantes traviesos, tus versos de luna, inconclusos paseos… y esas letras tuyas, que siempre fueron de tu alma, aunque puedo todavía reclamarte que yo te hice testigo de cómo el universo cabía en un balde tan humilde como pobre, de cómo una pecera guarda un latido, y muy reciente de cómo realizar una visita cómplice para un amor imposible que vive y muere cada noche; pero tú me dejaste sin saber cómo terminaban los sueños de un cactus embelesado por un girasol al final de una gris tarde en un perdido octubre, emulando a un amargado y viejo vampiro que a veces suspira, irremediablemente, por una diosa mitológica de cuya identidad fuiste leal guardiana pretoriana.

Sigo estacionado ante tu nombre, y los segundos me traen el brillo que brotaba en tu mirada cada vez que hablabas de tus críos, tu ceño fruncido cada vez que me ganaba mi oscuridad y te decía que nada me sucedía así estuviera hecho huracanes o añicos, tus dulces mentiras que me hacían sentir menos feo y que terminaba aceptando sin cuestionar un ápice, como divinos paradigmas, pues así olvidaba la verdad que enfrentaba ante mi diario reflejo en el espejo, y se frenaban por un tanto mis sabotajes internos. Jamás olvidaré tus constantes planes de esmerada celestina…, Oh – No podías concebir verme en soledad, que si hubieras podido, me colocabas gratis en una vitrina para la primera dama que cruzara la esquina, aunque los dos sabíamos que estábamos condenados a ser proscritos del amor por toda la eternidad. Nuestro destino compartido: orgullosos filofóbicos, sin más.

Ya no aprieto el puño. Ya he relajado la mandíbula. Me ganaste la apuesta con tu partida, gemela maligna: alguna vez dijiste que no soportarías si Lady Mort me llevaba antes, y me dejaste la tarea de tener que soportar la infame visón de cómo se marchitaban tus labios, de cómo se opacaban tus luceros, de la sequía inmisericorde de tus sonrisas y el pesar que se apoderó de tus huesos, mientras peleabas bravíamente por la vida; aquella que nos depara más espinas que rosas en el transcurrir de nuestras vías. Se acabaron por hoy los murmullos, los plañires y sollozos. Ya descansas sin dolor alguno… Ya eres libre de este pérfido mundo. Mientras tanto sigo incólume ante tu nombre, maldiciendo no haber sido yo quien se fuera primero. Ahora que no estás, he descubierto que todavía hay espacio para sentir dolor en este endemoniado corazón pétreo, que todo futuro noviembre será de luto, que se quedaron sin tu voz todos los versos – aunque serán los míos, los que más llorarán tu silencio –, y por ello es que este sentimiento está vetado de poesía… esa a la cual ya no quería mostrarte porque me obsequiabas siempre alabanzas mientras yo te imploraba me des una cruel y feroz crítica; pero el cariño ya te había enceguecido y eras capaz de matar a quien dijera algo en contra de mis escritos. Siempre con el veneno en ristre como escorpiones que somos, listos para atacar en cualquier momento. Está en nuestra natura. Así de tercos. Así de jodidos. Así de cabrones. Así de unidos.

¿Llorarte? Dijimos que jamás: nos lo teníamos prohibido. Promesa sanguínea. Fue el pacto que firmamos sin miramientos y sin letra pequeña ni cláusula escondida. Siempre nos repetimos que para eso están los gratos recuerdos: para mantenernos vivos en el pecho, ya que el cuerpo físico es tan sólo una cáscara temporal, mientras que la memoria está por encima de la piel, del espacio y del tiempo… Así que te voy advirtiendo: si me ganaste en partir primero no pienso perder en mostrar una lágrima por quien no dejaré de evocar en todo momento. No te lloro. No lo haré, pero no me pidas que evite el creciente vacío que me recorre ni el doliente torrente interno que me ahoga. Lo sé: la verdadera muerte está en el olvido, pero el olvido no se conjuga con tu alma y tu legado. Te ganaste la inmortalidad a punta de talento, esfuerzo y cariño. Si las musas te lloran, es porque han perdido a la mediadora perfecta para sus historias. Y aún de pie, ante tu nombre, sólo me queda decirte: “Ten listo ese café, hermana, que ya voy pronto a tu encuentro. Quiero escuchar otra vez en tu gentil voz mis horrendos y desvariados versos… Vamos a cobrarnos todo, absolutamente todo lo que nos debemos”.

Te veré luego, gemela malvada.

Ͼʜʀɪʂᴛᴏᴘʜᴇʀ Ɖʀᴀᴋᴇ |Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ|


†11/mayo/2021, el maldito día que perdiste la última batalla, y Lady Mort, victoriosa y omnipotente reina caprichosa, nos restregó en la cara que todo se hace cómo y cuando a ella le da la puta gana. Lo que nunca pudo evitar y jamás podrá borrar es la fiera batalla que le diste: No tengo dudas que faltó poco, muy poco, para que le pudieras ganar.



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