[ Ácratas ]

Cap. 1


El rojo atardecer empieza a impregnarse en el cielo, penetrando en todo lugar en complicidad con los espejos que revisten los edificios de la ciudad. Debería llamarse a veces Red City, pero en verdad hace honor al apodo de Gran Manzana, pues su color refleja también el mejor momento para devorarla. Ella mira hacia su izquierda y ve el mar que deja el rojo para tornarse más oscuro, y piensa tan rápido como conduce que los atardeceres deben durar más tiempo. Él sólo mira su reloj parado en la esquina, esperando. Una pequeña sonrisa le recuerda algo irónico: ser impaciente cuando se tiene todo el tiempo de lado; pero esa sonrisa es leve.
 
Todos se asombran, incluso se puede decir que se maravillan. Una bella mujer conduciendo un Corvette del año tan rojo como el atardecer que se desvanece no es un espectáculo de todos los días. Los silbidos, los piropos y las miradas son cosas que a ella no le interesan; sólo piensa en él y se pregunta si sus deseos serán correspondidos. Pero ya no le queda tiempo para continuar absorta, pues frena delante de aquél que la esperaba.
 
— Perdón por la demora...
— No te preocupes. Me extrañaría si llegaras temprano.
— ¿Con qué eso crees tú, Eh? — ella esperaba su típica respuesta ácida, mordaz; pero no dijo nada. Sólo subió al auto con su mirada tajante, no para el mundo, sino para sí mismo. Realmente detesta esa mirada, sabe lo que significa: problemas para él, que solo los sabe y afrontara él. — Si te sientes mortificado podemos ir a la recepción un momento, saludamos y nos vamos...
— ¿Es la premiación de tu mejor amiga cierto?
— Sí.
— No puedes estar entonces solo un momento ¿O no?
— Pero tú estás...
— ¿Cómo estoy?
— No lo sé. Tú dímelo.
— Nada. No tengo nada; como siempre. — y otra pequeña sonrisa se esboza en su rostro, mientras prende un cigarrillo.
— Cierto. Nada. — dijo ella, como si no se diera cuenta de que le oculta algo, pero nadie puede fingir consigo mismo. Él sabe todo de ella... ¿Por qué ella no sabe todo de él? Su joven corazón se agita. Sabe que él le miente. Decide enfrentarlo, pero al verlo ensimismado con su cigarro piensa al final hacerlo en otra ocasión.
 
Lana McGovern es la novelista más joven y laureada en Manhattan y el «New York Times» no podía dejar de reconocerla. La recepción estaba espléndida. Un amplio salón con grandes ventanas y unas pinturas renacentistas alternaban con sus pares contemporáneas adornando las paredes. La cristalería, de primera. Pero todo el lujo y el glamour se opacaron cuando el Corvette con sus peculiares ocupantes llegó. Lana sale del salón hacia la puerta emocionada.
 
— Pensé que no ibas a venir.
— ¿Cómo crees? Jamás me perdería tu gran momento.
 
Lana mira a su amiga quien lleva puesto un vestido negro largo hasta los tobillos muy entallado, que dejaba ver su delicada pero bien proporcionada silueta, con unas aberturas que dejan ver sus piernas y sus zapatos de tacón alto con detalles de delicadas cintas atadas entre sus piernas.
 
— ¿No te han dicho que la mujer despampanante debe ser la agasajada?
— No exageres...
— Vamos querida... ese vestido que traes puesto arrancará más de un suspiro... — sin querer mira sobre el hombre de Haydee y divisa a su acompañante — Claro, si tan apuesto galán te lo permite...
— Él es un amigo nada más.
— Gracias por la noticia, quizás mi noche mejore entonces. — su picardía siempre le hizo gracia a Haydee, quien al intentar presentarlos se percata que él, muy groseramente por cierto, ya había ingresado al salón.
 
Dentro del salón Haydee efectivamente llamó la atención no sólo de los caballeros sino también de las damas presentes. Pero ella buscaba a su preocupado y serio acompañante, y al ubicarlo divisa que conversaba con Marcell Denove, su amigo y socio de negocios. "Mejor para él" pensó; y se dispuso a ingresar y departir con sus amistades de una buena charla. Es que a veces los amigos hacen olvidar las penas, pero sólo a veces. En esta ocasión, Haydee no dejaba de seguirlo con la mirada. Mientras sus labios soltaban comentarios sobre lo último de la moda, música e incluso política, su corazón se retorcía recordándolo con esa expresión dura y cerrada durante el viaje hacia la recepción; más fuerte que otras veces. ¿Qué le estaría pasando que no le comentó nada a ella?
 
Marcell es un espigado hombre de negocios de importación y exportación de artículos automotores al que este tipo de reuniones le hartaban hondamente; sin embargo, asistía por la facilidad de pactar con otros exportadores y empresarios a beneficio de su empresa, pero una vez que cumplía con dicho objetivo, esperaba encontrarse con alguien conocido, en este caso a su mejor amigo, ya que siempre tenía algo de qué conversar. Estaba sentado en una mesa solo, con un vaso de brandy al que hacía girar sobre su base en la mesa sin derramar ni una sola gota. De pronto se sintió un poco extraño, levantó la vista y vio a su amigo llegar con Haydee, pero al ver la expresión de su rostro, su alegría de verlo se tornó preocupación.
 
— ¿Por qué ese rostro amigo?
— ¿No sabes? Charles y Mark están muertos.
— ¡E... Eso es imposible!
— Ssshh... No seas tan notorio...
— Pero tremenda noticia... ¿Qué rayos pasó?
— Digamos que el Tigre ha desplegado sus garras...
— Pe... pero... el Tratado...
— Obviamente roto.
— ¿Y la unidad de la Orden?
— La Orden se volvió corrupta desde que ingresamos a ella.
— Lo dices por...
— Por los occidentales. Todos nosotros. Así que prepárate Marcell.
— Malditos Demonios — refunfuñó Marcell entre dientes.
— ¡Ja! Ni siquiera sabes con certeza qué eres tú.
 
Marcell se queda callado pues él tenía razón. Nadie conoce su origen cabalmente. Su pasado es tan oscuro como los ojos que le hablaban entre las sonrisas y comentarios de los legos que los rodeaban. La noticia recibida era en verdad inesperada. Charles y Mark Smith, los gemelos más fuertes, muertos... la única opción es que los hayan asesinado en un duelo. Marcell seguía callado y pensando sobre la información brindada por su amigo. Los únicos enemigos de los gemelos eran los que servían al Tigre. Eso no podía merecer nada más que una sola actitud: la venganza.
 
— ¡Hey! Reacciona...— Marcell levanta la vista y su vaso de brandy le es ofrecido — Si te lo cuento es para que te prepares, no para que llores.
— ¿Y qué vas a hacer tú?
— Esperar. Debo ser su 'trofeo'... creo... ja, ja, ja... — Marcell recordó entonces el gran respeto que tenía a su interlocutor, ya que siempre tenía una ironía y sarcasmo macabramente divertido hasta en las situaciones más serias. Bebió un trago de brandy y miró hacia la mesa donde estaba Haydee.
— ¿Lo sabe ella? — fría pregunta que detiene la sonrisa de su amigo.
— No. Y no tiene por qué hacerlo.
— Pero si a ti te pasa algo...
— Vamos, me conoces lo suficiente como para saber que no caeré así de fácil.
— Pero ¿Cómo quedará ella?
— Haré lo mejor para que esté bien.
— ¿Meterla en una burbuja fuera de esta realidad? — comentario no muy bien aceptado —. Mira viejo, no dudo que la protejas, sólo pienso que sufrirá al enterarse de todo.
— Sin embargo, he venido esta noche para pedirte un favor Marcell.
— Pide lo que quieras. Te debo mi vida.
— Curioso. No creo que nosotros podamos tener vida.
— Vamos... ¿Qué quieres?
— Cuida de Haydee si ellos me buscan a mí.
— Recuerda que también me buscarán...
— Sabes a qué tipo de protección me refiero.
— ¡Ah! Sobre ello no debes tener ningún cuidado. Tengo todos tus negocios bien manejados... claro, los que se pueden declarar...
— Confío en tu astucia para declararlos todos tranquilamente.
— Mis habilidades no llegan a tanto.
— Pero si agregamos un 10%...
— Podría esforzarme un poco más, pero necesito incentivarme bien, ¿No crees?
— 20% y no más.
— Sabes que es un placer hacerte favores... palabra de Marcell Denove.
— Sí, como no; maldito usurero.
— Negocios son negocios...
— Y se supone que eres mi amigo.
— Digamos que tengo ideas positivas, y pienso que vamos a salir bien de toda esta tempestad. Y cuando eso suceda no solo mi corazón sino también mi billetera gozará de alegría.
— Creo que eres el único que antepondría el dinero al sexo.
— No exageres...
— No lo hago.
 
La broma detuvo la conversación. Marcell se percata que su interlocutor mira hacia Haydee de manera extraña, y no puede evitar la estúpida pregunta:
 
— ¿Qué sientes por ella?
— ¿Yo? Solo un cariño muy especial... de amigos... de padre incluso... bueno, tú sabes.
— No te sonrojes.
— No lo estoy, es el calor de este salón.
— Sí, claro. Además, piensa que ustedes dos son contemporáneos.
— Físicamente.
— Y tú le gustas...
— ¿Y eso qué?
— ¿Acaso no quisieras estar con ella?
— No se nos permite amar.
— No te lo permites, que es otra cosa.
— ¿Cuántas veces tocaremos este tema?
— Hasta que te convenzas...
— Yo no puedo, no debo; y no hay más que decir.
 
Marcell calla. Ve que Haydee, tan bella como siempre, se acerca a ellos.
 
— Señores... ¿Se han dado cuenta que han premiado a mi querida Lana, han brindado por ella y ustedes bien gracias, conversando?
— Discúlpanos preciosa. Pero como le decía a este individuo, negocios son negocios y hay que aprovechar cualquier hora y lugar.
— Te disculpo Marcell, pero tú, ¿Qué me dices?
— No tengo nada de qué disculparme. — Marcell y Haydee se miraron y no supieron que decir.
 
De regreso, Haydee no se preocupa mucho por el volante, su mente trata de descifrar la frialdad y conducta de su acompañante en las últimas horas. Trata de penetrar la muralla de humo azul que forma con su cigarro. Mira hacia delante y mira el puente, tan famoso, tan espléndido... y tan extrañamente sin tráfico. Estaba tan absorta que no se percata que él la obliga a frenar intempestivamente.
 
— ¿Qué pasa? — tonta pregunta si ya esperaba un silencio cruel. Sigue la mirada hacia delante igual que él y ve que el camino está bloqueado por cinco motociclistas.
— Maldición, no tenía que ser tan pronto. ¡Da la vuelta Haydee! — muy tarde pues detrás también los han rodeado.
 
Haydee no soporta más y se vuelve desesperada hacia él:
 
— ¿Puedes decirme que demonios sucede?
 
Silencio devastador. Él se agacha y de su abrigo retira una Magnum de 9mm que revisa cuidadosamente, de la cual Haydee no tenía idea de su existencia; la guarda tras su espalda mientras los motociclistas se aproximan; abre la puerta y se dirige al costado de Haydee y sin mirarla le hace una difícil petición:
 
— No temas, nada te pasará mientras esté a tu lado.
 
Haydee no podía pensar en nada. Los fieros motores de las motos dejan de rugir al acercarse, mientras tanto llega un auto oscuro de lunas ahumadas que se dirige en sentido contrario al Corvette de Haydee, cegándola con los faros delanteros. Del auto baja alguien y Haydee sospecha que debe ser el líder, quien sin dejarse ver señala hacia el compañero de Haydee.
 
— ¿Tú eres Larn Solo?
— No. — se apresura en contestar Haydee — Él se llama Chris...
— Cállate Haydee — replica el aludido bajándose del auto —. Sí. Soy Larn Solo... Haydee, vete de aquí. — Haydee no entiende nada.
— Entonces sabes el porqué de mi presencia Larn Solo...
— Déjame adivinar... intentarás matarme. ¿O me equivoco?
— No lo intentaré. Lo haré.
— Podría replicarte eso, pero lo arreglaremos nosotros solos, así que aleja a tus hombres y deja ir a esta chica.
— ¿Es acaso tu querida?
— Para nada. Solo es una chica que recogí en un bar, y por lo poco que ha visto sabe que si abre la boca se muere...
 
Haydee no podía creer lo que escuchaba, quiso contestar, pero no podía decir palabra alguna.
 
— Está bien. Solo deseo ver correr tu sangre. ¡Déjenla ir!
 
Larn mira a Haydee y se despide con su mirada. Ella siente escuchar su voz, pero él no mueve los labios. "No te preocupes de nada y vete ahora, yo estaré bien". Haydee desea hablar. "No lo hagas". Otra vez la voz de Larn en su mente. "Vete y cuéntale a Marcell de esto, él sabrá que hacer". Haydee sin saber por qué, le obedece; enciende el auto y pone reversa para retirase del lugar, pero no puede hacerlo, uno de los motociclistas le impide el paso.
 
— No puedo dejarte ir... es que quiero divertirme esta noche...
 
Un sonido seco y manchas de sangre sobre el vestido de Haydee. Un certero balazo en medio de los ojos interrumpió las palabras del maleante. Haydee voltea horrorizada junto con Larn y el resto de motociclistas sorprendidos aún más; y uno de ellos reacciona:
 
— Jefe... ¿Por qué...? ¿Por qué hizo eso...?
— He dado mi palabra que ella se iba, y se va.
 
Larn sonríe, satisfecho de la honorable actitud de su rival. Todos dan paso para que Haydee se retire. Ella solo atina a acelerar sin escatimar en reglas viales, peatones, semáforos y demás; pero no da más; frena en seco y enciende su teléfono móvil. Su vista nublada por el llanto a duras penas le permite marcar un número telefónico. Con la faringe llena de aflicción y exprimiendo sus ojos balbucea:
 
— ¿Aló...? ¿Marcell?
 
***
 
[ continuará ]

© Ͼʜʀɪʂᴛɪᴀɴ 木下

┤Lima/Perú • 1998├

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