[ Ácratas ]

Cap. 8


Haydee se hallaba cansada. Habían sido muchas emociones en un día. Cuando llegó con Jazmín al departamento de ella, sólo atinó a sentarse en el primer sillón que vio.

— Espérame un momento Haydee... — comentó Jazmín — Voy a dejar este maletín y regreso.
— Claro.

Haydee no pudo dejar de observar el departamento. Era pequeño, obviamente de una mujer soltera. Ella se encontraba en una pequeña sala—comedor y en la esquina un corredor, que supuso debía dar a la habitación, baño y cocina. Ya que Jazmín era aeromoza, era obvio que sólo ella usaba el departamento. Mientras pensaba en todo eso, Jazmín regresaba ya cambiada, de manera sport, portando unos jeans, una blusa blanca y unas botas, junto con dos copas de vino.

— Sírvete...
— No Jazmín, gracias. Ya bebí suficiente en el pub.
— Ah vamos... tan sólo fue un par de copas. Mira que hasta dejamos la botella sin terminar...
— Ok... Pero sólo una más...
— Bueno Haydee... ¿Me das el número del susodicho?
— Claro.

Jazmín copia el número que Haydee le dicta desde su teléfono móvil. Luego se sienta delante de ella y marca el número:

— ¿Aló Larn? — empieza a hablar Jazmín. — No precioso, te habla Jazmín... — Haydee se extraña por la forma de hablar de Jazmín —. Es un gusto escucharte también, y ya no tengo que decirte más ¿verdad...? Sí, está conmigo... — Haydee se percata que Jazmín conoce a Larn y el terror la embarga. Debe salir rápido de allí. ¡Esa mujer la ha engañado completamente! Corre hacia la puerta y nota que tiene llave. Al girarse ve a Jazmín que sigue en el fono enseñándole las llaves, con las que juega entre sus dedos. — ¿Marcell está aquí...? No lo sabía... Está bien, lo esperaré. — y colgó.
— Tú...— señala Haydee a Jazmín horrorizada
— Mira Haydee... Cálmate. Te juro que si no me decías su nombre no hubiera tenido que encerrarte conmigo y en verdad hubiera seguido todo normal... Pero es él... ¿Entiendes? — Haydee empezó a llorar y la escuchaba arrodillada, con la espalda en la puerta. — Él no te ha mentido Haydee... En verdad él es casi inmortal..., como yo — Haydee siente que va a volverse loca con las palabras de Jazmín —. Sé que es difícil de creer, pero es la verdad.
— ¡Cállate! ¡Maldita mentirosa! ¡Déjame salir! ¡Socorro! ¡Soco...

Mientras Haydee gritaba Jazmín se acercó a un pequeño mueble y sacó de él una daga. Haydee pensó que definitivamente era su fin. Empezó a suplicar entre el llanto y el miedo.

— No... por favor... no me lastimes...
— ¿Lastimarte? ¿Qué cosas dices? No Haydee. No pienso lastimarte. Pienso abrirte los ojos... — Y Jazmín se arrodilló delante de Haydee. Se abrió la blusa y puso la daga en las manos de Haydee; quien no atinaba a nada. Luego, rápidamente empujo la mano de Haydee empuñando la daga contra su pecho, directo al corazón. Los ojos de Jazmín se dilataron por la herida recibida, mientras que Haydee se hallaba más que estupefacta. Estaba horrorizada. Luego Jazmín retiró la mano de Haydee que aún no soltaba la daga por la impresión y la sangre empezó a manar del pecho de Jazmín, quien sonrío por última vez a Haydee, y murmuró: — No sabes cómo duele que tenga que ser así...

Y cayó de espaldas contra el piso, cerrando los ojos y entrando en agonía. Haydee se quedó paralizada, aún con el brazo extendido portando la daga. Luego de unos minutos, notó que el pecho de Jazmín ya no se movía. Estaba muerta. ¡Muerta! ¡Y ella la había matado! Soltó la daga y empezó a sentir que ahora sí se volvería completamente loca. Se levantó y pasó por encima del cuerpo de Jazmín, completamente inerte. Se dirigió hasta el sillón y tomó las llaves. Tenía que huir de allí lo más pronto posible. ¿A dónde? Eso no importaba. Sólo tenía que salir de allí. Cogió las llaves y completamente nerviosa, no daba aún con la llave correcta, hasta que al fin pudo abrir la puerta. Al abrirla notó que en el umbral se hallaba Marcell con el brazo levantado en ademán de llamar a que le abriesen.

— Haydee...
— ¡Marcell!

Marcell vio sobre el hombro de Haydee el cuerpo de Jazmín y entró rápidamente cerrando la puerta tras suyo.

— ¡Marcell! ¿Qué haces? ¡Vámonos de aquí!
— Calla Haydee... — Marcell la tomó del brazo y prácticamente la arrastró hasta el sillón donde había estado sentada antes, haciéndola sentarse a fuerza. — No podemos salir de aquí... aún.
— Pero...
— Pero nada.
— Es que yo...
— ¿Tú la mataste?
— No... Sí... Es que ella vino con esa daga... y la puso en mi mano... y...

Marcell sonrío. Le hizo un ademán de silencio y le señaló el cuerpo de Jazmín. Haydee no entendía lo que Marcell indicaba, hasta que vio lo imposible. ¡Jazmín se estaba levantando! No podía ser. ¡Ella misma la había visto morir...! Pero Jazmín se levantaba y terminaba de quitarse la blusa, la cual se hallaba ensangrentada. Se limpió el pantalón jean y miró a Marcell:

— Marcell...
— Jazmín. — contestó el aludido tranquilamente. — No podías ser menos... sutil ¿Verdad?
— No se me ocurrió otra cosa... — y Jazmín empezó a reír. — Además tenía que ser ella... Nosotros no podemos... ¿Recuerdas?

Haydee no pudo soportarlo más y se desmayó sobre el sillón.

— Genial... — dijo Marcell —. Ahora tendré que cargarla hasta el auto.
— ¿Cómo entraste?
— Ella me abrió la puerta... creo que intentaba escapar.
— Vaya. Suerte que no lo hizo...
— ¡Pero si no hubieras hecho esta burrada lo habría hecho! ¡Y luego hubiera sido imposible encontrarla!
— Marcell...
— ¡Te imaginas cómo hubiera reaccionado él!
— Marcell...
— ¡No habríamos tenido modo de hallarla!
— ¡Marcell! ¡Cálmate ya!
— ¿Cómo quieres que me calme? Si no hubiera estado cerca... hubiera llegado tarde, y...
— Pero no fue así. Así que alégrate que ya la hallaste...
— Bueno... Sí.
— Y por cierto... Qué gusto verte.

Marcell enrojeció. Por todo lo sucedido no la había saludado. Tomó la mano de Jazmín a su pecho y la miró fijamente.

— Perdona amor mío. He sido totalmente grosero.
— Nada de "amor mío... ". No empieces por favor.
— Sabes que te amo Jazmín. Son siglos que te amo...
— Pero yo no...
— No importa Jazmín. Sé que lo amas a él, pero no me quites decirte lo que siento...

Jazmín miró a Haydee aún desmayada en el sillón y pensó en lo irónico que ambas mujeres se conocieran en tan particular forma. Definitivamente el destino es cruel para unir ciertos caminos.

— ¿Él la ama?
— Dice que no... Lo niega. Pero yo sé que sí.
— La envidio...
— Como yo a ellos... Porque, aunque no se digan nada, al menos sus sentimientos son mutuos.
— Marcell...
— Ya... Ya me callo. Pero no me pidas que deje de hacer lo que voy a hacer. — Y Marcell se quitó su saco sólo para cubrir el torso de Jazmín, quien, entre el ajetreo, había quedado sólo en brassier.
— Marcell... odio que seas así.
— Lo sé.

Marcell se inclina y toma el cuerpo de Haydee para llevarla en brazos fuera del apartamento. Jazmín abre la puerta y una vez fuera, la cierra nuevamente. Retira las llaves que aún habían quedado enganchadas por Haydee. Recogió la daga del piso y empezó a renegar por su blusa cortada y manchada, además del desastre en el piso que tenía que limpiar. Sintió el arranque de un auto que se ponía en marcha, y dedujo que era Marcell llevándose a Haydee. "Pobre niña" pensó. Luego pensó en Marcell. Todos estos años... siglos. Eran ya casi cuatro siglos que la pretendía y ella se negaba. ¿Se negaba porque realmente no lo amaba? ¿Cuánto tiempo iba a seguir en la misma posición con él? Marcell era sincero en sus sentimientos ¿Se estaba negando ella sola su propia felicidad? Tomó el teléfono y presionó el remarcado. Escuchó el teléfono timbrar hasta que al fin contestó:

— Dime Jazmín.
— Larn, Marcell ya la está llevando...
— Gracias.
— Larn...
— Dime.
— Es que... yo... Bueno, ya tú sabes a qué me refiero...
— Jazmín... Ya lo hemos conversado antes...
— Sí.
— Yo te quiero mucho. Incluso eres de las pocas personas de mi absoluta confianza...
— Lo sé...
— Y eres mi mejor amiga...

Jazmín se queda en silencio unos segundos. Era obvio. Nuevamente obvio. Sólo que tenía la necesidad de recordarlo una vez más. Suspiró y no puso evitar decirlo:

— Al menos me queda esa noche... ¿Verdad?
— Sí. Y porque te quiero, es que no deseo que ese recuerdo se arruine.
— Entiendo... Te amo ¿Lo sabes?
— Lo sé... Sólo lamento que mi amor por ti no sea en la forma que tú esperas.
— ¿Y amas a Haydee? — Larn se quedó en absoluto silencio. — Porque ella sí te ama... y mucho.
— Tú mejor que nadie sabes lo que pienso del amor...
— ¡Carajo Larn! ¡Déjate de esa idiotez! ¿Cuántos años han pasado desde que ella murió? ¿Seiscientos...? ¿Setecientos...?
— Ochocientos tres años, nueve meses y cuatro días...
— ¿Es que no lo piensas superar?
— No... No podría olvidarla.
— Yo no te he dicho que la olvides... He dicho que lo superes... — Larn se quedó en silencio.
— Es curioso que me pidas superar algo que incluso tú tampoco puedes conmigo... — Ahora Jazmín se quedó en silencio.
— Eres una mierda...
— Sí... Lo sé.
— Y también un bastardo que no puede dejar de repartir veneno cuando se lo propone... — Larn sólo escuchaba — Supongo que al final seguirás con ese escudo hasta tu muerte...
— ¿Terminaste?
— No...
— Jazmín... Estamos ahora en medio de una tempestad que no sabemos ni cómo empezó ni cómo terminará...
— Si, ya me lo comentaste en el avión... ¿Olvidas que he sido la aeromoza de tu vuelo? Pues de todo eso sólo me queda decirte: ¡Qué se vaya toda la puta Orden a la mierda! ¡Qué se acabe el mundo! ¡Qué importa ya! ¿No ves que en todo este tiempo te has negado a vivir?
— Yo no puedo...
— No carajo... Tú no quieres... que es otra cosa — Jazmín da un suspiro más —. Mira cielo, todo este tiempo que te conozco me has parecido un hombre maravilloso, pero tienes esa fatalidad autoimpuesta que de no ser porque me importas te habría arrancado ese erizo que tienes por corazón con mis propias manos...
— Es la primera vez que me dices algo así en tantos años...
— Es que ya no quiero seguir así... no contigo... ni conmigo...
— Eso me suena a que el buen Marcell por fin tendrá una oportunidad...
— Ni se te ocurra decirle nada... — Larn ríe sonoramente.
— No te afanes... No le diré nada... Pero esa idea me alegra un poco estos días... Sé que él te ama mucho y sé que tampoco te es indiferente...
— Sí... Nunca he querido arriesgarme con él. Pero si las cosas están tan negras, no quiero morir sin decir que no lo intenté...
— No morirás...
— Pero tú mismo me has dicho que no sabes cómo acabara esto...
— Pero jamás dejaría que algo te pasara... — Jazmín se sintió enrojecer.
Fucking silver tongue... [Maldito adulador]
— No. No lo soy. Y lo sabes. Además, no tendría quién me cante mis verdades de cuando en cuando... — y los dos empezaron a reír.

Haydee despierta y se ve dentro de un auto. Está en los asientos de atrás. Se levanta y ve a Marcell que la observaba por el espejo retrovisor.

— Hola Haydee.
— Marcell... ¿A dónde vamos?
— Camino al hotel dónde está Larn.
— Entonces...
— Entonces no fue una pesadilla Haydee. Desgraciadamente todo esto es real... Más de lo que incluso yo mismo quisiera. Por eso te pregunté en el aeropuerto...
— Sobre mi fe...
— Sí.
— Y tú...
— Sí. Yo también soy como Larn, como Jazmín, como tantos otros... No somos muchos; por eso nos conocemos entre casi todos.

Haydee se quedó en silencio. Marcell también calló. Y no hubo más palabras entre ambos hasta que llegaron a su destino. Bajaron del auto y Marcell preguntó por la habitación de Larn en perfecto alemán. Luego tomaron el ascensor, y el silencio entre ambos continuó... hasta que llegaron a la habitación marcada con el número 1240 en la puerta.

— Bueno Haydee... Hay muchas cosas por contarte, pero no soy el adecuado para decírtelas.
— Entiendo.
— Mira niña, te conozco desde hace dos años y siempre me has parecido un ángel en este infierno de mundo. He pensado mientras llegábamos hasta acá que, si lo deseas, eres libre de irte. No te mereces compartir nuestro destino. En verdad nadie se lo merece, pero en fin...
— No. Pero gracias Marcell...
— Detrás de esa puerta está el inicio de un camino tormentoso y terrible, en el cual, sin querer te has visto involucrada... Te repito mi oferta.
— No, en verdad...
— Vale.

Sin necesidad de anunciarse la puerta de la suite se abrió. Larn miró a Haydee quien aún tenía los ojos rojos de llanto y su cuerpo aún temblaba por todo lo vivido.

— Petite..., pasa... por favor.

Haydee entró y Marcell se quedó con Larn en la puerta. Conversaban, pero Haydee no pudo, ni quiso oírlos, hasta que finalmente la puerta se cerró y quedaron en ella Larn y Haydee, completamente solos y en silencio. Larn le señaló a Haydee una puerta abierta, donde había un dormitorio, para que ingrese y descanse. Haydee seguía en pie sin moverse.

— Petite...
— Perdón por la bofetada... — Larn se llevó la mano a la mejilla y sonrío.
— Nada... Nada... Soy yo el que debe disculparse contigo... Fui un tonto en empezar a contarte las cosas así...
— ¿No estás molesto por mi huida?
— No. Para nada. Al contrario, es una suerte que Jazmín te encontrara...
— ¿Por qué...?
— Bueno, porque Jazmín es una gran amiga mía y si ella no te hubiese...
— No. ¿Por qué? ¿Por qué estoy acá contigo?

Larn se quedó en silencio. Al cabo de unos segundos se sentó y encendió un cigarrillo para empezar a responder.

— Porque debido a lo que pasó en Manhattan temí que algo malo te pudiese suceder. Marcell tenía instrucciones de protegerte bajo cualquier costo, pero como lo llamé y le dije que venía a Alemania... La verdad no esperé que te trajese con él.
— ¿Eso es todo? — Larn la miró fijamente. Supo que a estas alturas ya no cabían más encubrimientos.
— No.
— ¿No?
— No. Terminaré lo que empecé en el aeropuerto... Pero toma asiento por favor... — Larn le señala la silla contigua a él — Hay mucho que decir y esta noche será muy larga para ti.

Haydee tomó asiento y se dispuso a escuchar.

— A ver petite... Tengo más de dos mil años de vida... vida física...

Y Larn empezó a contarle lo que significa ser un ácrata y ser un high.

— ¿Y tu apellido?
— 'Solo' es un apellido griego. Lo hice mío porque un gentilhombre me adoptó como si fuese su hijo. De él heredé su fortuna la cual hice prosperar hasta hoy.
— ¿Y a qué te dedicabas antes?
— A la guerra, petite. Era un mercenario que luchaba al lado de Hans... él fue mi mentor cuando desperté como ácrata...
— ¿O sea que tú eras del clan de los Tigres?
— No. Aún no sabíamos de la existencia de La Orden. Una casualidad nos llevó a China... Allí supimos de su existencia. Fuimos los primeros occidentales en ingresar a ella. Y cómo demostramos que teníamos mucho potencial nos enseñaron más cosas de las que sabíamos... Aunque no lo creas el mundo siempre estuvo globalizado: el comercio y las guerras ya habían mezclado oriente y occidente desde hace mucho, antes que el propio Marco Polo. Así, poco a poco, fueron ingresando más y más occidentales hasta ahora ser un gremio totalmente internacional.
— Entonces ustedes luego encabezaron la Orden...
— Sí. Existía un torneo interno para definir a un único líder. Pero a fin de evitar que alguno se volviera un déspota se volvió una diarquía...
— ¿Y cómo empezó la guerra interna?
— Por mi culpa... — Haydee guardó silencio. — Sucede que hace mucho tiempo, unos ochocientos tres años y siete meses, más o menos, Hans se desempeñaba como general del ejército de Aquitania, y decidió arrasar con un poblado por el simple capricho de hacerlo...
— ¡Qué horrible!
— No. No fue su culpa del todo. Había recibido una orden del rey y la acató. El problema fue que en esa villa vivía una familia..., una familia que me había adoptado y de cuya hija me había enamorado... — Haydee escuchó atentamente, sintiendo cómo el corazón se le hacía añicos — Y a pesar de que no debía involucrarme con humanos decidí casarme con ella... y ella, murió en el ataque. El día que llegó Hans, yo estaba en Alejandría, comerciando. Cuando regresé y me enteré de lo sucedido investigué..., y cuando me enteré de que Hans estuvo involucrado me enfurecí... Te juro que jamás mis bajas pasiones y mi ira me gobernaron como en ese día... Ese día juré venganza... Y lo busqué..., hasta que lo hallé. Me tomó como veinte años encontrarlo...
— Y le reclamaste...
— No. Fui y lo ataqué... solo que lo hice delante de todo el gremio...
— ¿De la Orden?
— Sí. Cuando llegué a Beijing recuerdo que golpeé a los guardias, que entré furibundo al salón principal y sin pensar en los demás golpeé a Hans y le grité que no pararía hasta matarlo... Sólo que con ese acto olvidé el Código que nos reina: si un líder ataca a otro por considerar su conducta incorrecta, él y su facción debe ser eliminada por la facción contraria. Así desaté una guerra de siglos entre nosotros...
— ¿Pero acaso ustedes son tantos?
— No petite. Casi todos nosotros manejamos poder político, económico y criminal... Sí. Criminal. Muchas mafias nos obedecen. Nos pusimos al servicio de los humanos en sus guerras... o propiciamos algunas... todo para tener el pretexto de enfrentarnos y acabar unos con otros...
— Eso... ¡Eso es terrible...!
— Así es... Todo siguió así hasta Hiroshima. Nuestros títeres humanos traspasaron la línea y se nos escaparon de nuestro juego en las sombras, hasta que todo se calmó en Bahía de Cochinos... Sin embargo, la naturaleza humana es proclive a la violencia. Lo del 9/11 no fue culpa nuestra...
— ¿Me estás queriendo decir que toda la violencia... muerte y miseria humana es culpa de ustedes?
— Así es... — Haydee guardó silencio.
— ¿Tanto la amabas que no pudiste controlarte?
— Es que... Es que me recordó el momento de mi despertar... La más horrible noche que te hayas podido imaginar...
— ¿Perdiste a tu amada también...?
— No... Pero sí todo lo que amaba...
— ¿Y tu hermano que hacía? ¿También lo mataron...?
— ¿Mi hermano?
— Sí... mi padre... — Larn encendió otro cigarrillo y miró fijamente a Haydee.
— ¿No lo has deducido aún...?

Se quedaron en silencio. Luego de unos segundo Haydee por fin entendió la pregunta.

— ¿Tú...? ¿Acaso tú...?
— Sí. Fingí la muerte de una identidad... nada más...

Haydee se quedó atónita. No sabía qué hacer ni decir.

— O sea que todos estos años... — reinició Haydee.
— Todos estos años he velado por ti.
— ¿Por qué yo...? ¿Por qué de tantas personas me escogiste a mí...?
— Eso... Eso... Fue el azar... nada más...
— Entonces tú sí recibiste mi carta...
— Sí... Por eso mismo fingí la muerte de mi anterior identidad. Entenderás que no podemos mantener el mismo nombre ni vivir siempre en la misma ciudad o país...
— ¿Y entonces ahora... otra vez en guerra?
— Así parece... — Haydee lo escucha y se queda pensativa un momento.
— ¿Mataste tú a alguno de ellos ahora...?
— No.
— ¿Entonces ellos empezaron...?
— No... Sí... La verdad es que no te lo puedo asegurar...
— ¿Cómo es que están en guerra y...?
— No lo sé... He mandado a un amigo a averiguar... — Larn mira su reloj y enciende un cigarrillo —. Petite, ya es muy tarde y debes ir a descansar... Lo necesitas.
— Sí... es tarde. ¿Puedo preguntarte algo más?
— Claro.
— ¿Y qué haces ahora...? Es decir, dinero no te falta. A ninguno de ustedes según me has contado... ¿En qué dedicas tu tiempo?
— Dhamar me decía: "Hay preguntas de las que nunca querrás saber la respuesta, por eso es mejor no hacerlas..." — Larn suspira al responder. Ese nombre le traía muchos recuerdos.
— ¿Dhamar...?
— Él era un antiguo maestro mío... antes de despertar como ácrata... También fui niño alguna vez...
— Entiendo.

En verdad Haydee no deseaba una respuesta a su pregunta. Su curiosidad podía ser incluso hasta peligrosa; por eso se quedó en silencio; hasta que al fin se incorporó y se dirigió hacia su dormitorio.

— Que descanses petite...

Pero Larn no obtuvo respuesta alguna, sólo el sonido de las puertas corredizas cerrándose tras la espalda de Haydee. Se acercó a la ventana y se quedó mirando a través de ella. Sus ojos no divisaban nada, pero su mente se proyectaba en muchos lugares, recordaba muchos rostros, muchos actos. Trataba de hallar la respuesta correcta... la razón por la cual ésta aparente guerra era desatada. De pronto, el teléfono móvil interrumpe sus divagaciones.

— ¿Aló?
— ¿Larn?
— Sí... Adelaide, dime...
— Llamaba... Te quería decir que avisé a Hans sobre lo que pasó en Manhattan.
— Claro. Es obvio que así debía ser. Él es el líder de tu clan...
— Sí... Pero...
— ¿Pero?
— Disculpa esto... Es que estoy más que confundida... ¡Esto no tiene pies ni cabeza...!
— Calma... Debo intuir que te preguntas el por qué estás viva...
— Sí.
— Porque no tuve, ni tengo motivo para matarte... No hasta que llegue al fondo de todo esto.
— Es que Mark...
— Sí... Sé que tenías una relación con Mark, a pesar que pertenecía a mi clan... Y sí, me acabo de enterar, no hace mucho, que hay indicios de que yo los hubiera atacado... Pero no lo hice.
— Por eso...
— Por eso sigues viva Adelaide... Porque ya pesa demasiado en mí la culpa de la guerra que tuvimos... Además, si Hans no ha venido a buscarme hasta ahora quiere decir que él también debe estar buscando respuestas como yo. No culpo tu reacción. Es altamente entendible, al fin de cuentas, aún compartimos emociones humanas. No te reprocho absolutamente nada, excepto tu locura de buscarme así...
— Sí... Aún no soy rival para ti...
— Pues... como que aún no...
— Considerando la «cosa» en que te convertiste... — Larn quedó en silencio. No esperaba esas palabras.
— Perdona... ¿Qué yo qué...?
— Vamos Larn, no te hagas, es una suerte la mía de que no me hayas asesinado como hiciste con la gente que llevé... — Larn recordaba haberlos enfrentado, pero no recordaba haber matado a nadie, sólo recordaba vagamente haberlos vencido y tener a Adelaide al frente suyo con rostro de terror, y haberla dejado así — Es por eso que me seguía preguntando el por qué me dejaste vivir... — Larn trataba de recordarse pero no podía más — Esos ojos... jamás te había visto así antes... Esa evolución tuya...
— Perdona Adelaide, pero no recuerdo nada excepto que fui contra ti...y luego que te abandoné en el puente... — Larn pudo escuchar la onomatopeya de sorpresa de Adelaide — Pensé que no lo recordaba por la euforia..., la adrenalina... ¿Pero yo? ¿Manifestar una evolución? No lo creo...
— Larn... Siempre te consideré un hombre digno por lo que Mark me habló de ti. Sé que lucharon alguna vez y salvaste su vida por el código de honor que manejas en batalla: por eso fui rabiosa a buscarte, porqué pensé que Mark había tenido una errada opinión de ti, pero jamás pensé que atacaras a esa velocidad... que prácticamente los destrozaras y corrieras hacia mí... — Larn no daba crédito a lo que escuchaba, sentía que su cabeza iba a explotar por intentar recordar, sin resultado alguno — Por eso tuve terror de verte así... Por favor, quiero pensar que en verdad no querías matarme y que tu código siempre estuvo firme...
— Así fue Adelaide... Así fue, no lo dudes... Sólo que no recuerdo todo lo que me cuentas, excepto que me despedí de ti...
— Dándome las condolencias por Mark y su hermano... Sí. Eso lo recuerdo. Por eso te llamo, porque quería escuchar de ti lo que mi instinto me dijo esa noche luego de oírte: que tú no habías sido.
— Es que no les hice nada Adelaide... ni a Mark ni a Charles. Incluso, la primera noticia que tuve fue que había sido Hans...
— ¡Hans!
— Sí... pero como ves, también estaban mis huellas... Si quieres un consejo, no busques a Hans... Vete. Huye de toda esta vorágine y espera atenta al resultado.
— Pero...
— Pero nada mujer... Si las cosas están como las imagino, con todo respeto, si entraras en batalla sea a favor de quien sea, sólo encontrarás la muerte. Tu nivel no está óptimo Adelaide... y no quiero manchar mi conciencia con la vida ni de Tigres, ni de Dragones...
— Te entiendo.
— ¿Puedo pedirte un favor?
— Sí.
— Si te encuentras con cualquier otro ácrata, dile que no haga nada: que espere las indicaciones de Hans o mías... ¿Puedes?
— Sí Larn. Así lo haré.
— Gracias.

Después de unos segundos, Adelaide colgó el teléfono, pero Larn lo mantenía pegado a su rostro. ¿Por qué no podía recordar cómo salió bien librado del ataque en Manhattan? Y esos ojos que describió Adelaide... Ya antes se había sentido extraño, como si él no se perteneciera a sí mismo... ¿Evolucionaba acaso? ¿En qué se convertía qué no tenía recuerdo de ello? ¿Acaso en verdad habría atacado a Mark y Charles y quizás no lo recordaba? Larn sentía que las respuestas no estaban esta vez a su mano. Encendió un cigarrillo y al girar, observa en una de las pequeñas mesas de la habitación un objeto hasta ese momento imperceptible: una Biblia. Larn sonrío amargamente y activó otra vez su teléfono móvil. Marcó un número y sólo esperó a su interlocutor:

— Larn... ¿Acaso no piensas dormir? — Larn sonrío ante esa primera respuesta a su llamada.
— Marcell... ¿Acaso para eso no están los amigos?
— Sí... — Larn podía escuchar a Marcell bostezar — Bueno... ¿Todo bien con ella?
— Sí. Es por ella que te llamo...
— Caray hombre... ¿Seguro que no has hecho ningún desastre?
— No mi amigo... ninguno... aún. Pero ha surgido una emergencia y debo partir...
— ¿Una emergencia? ¿En qué crees qué estamos? Que recuerde no salimos de Norteamérica para un picnic...
— Lo sé, pero créeme... en verdad es una emergencia.
— Bueno... No me queda otra más que confiar en ti, que bien me ha servido todo este tiempo... Entonces quieres que cuide de Haydee...
— Sí por favor.
— ¿Y se puede saber a dónde vas?
— No.
— ¿No? Genial... ¿Y cuándo regresas?
— No lo sé... trataré que sea lo más pronto.

Marcell guardó silencio. No entendía qué se traía Larn entre manos, pero también era cierto que nunca se habían fallado.

— Está bien... Al menos avísame cualquier cosa.
— No te preocupes, lo haré... Gracias.
— Por nada... ¿A qué hora partes?
— En quince minutos.
— ¡Carajo! ¿Sabes qué te aprovechas de mí?
— Sí, lo sé.
— Bueno, espérame... ya subo a la suite.
— Gracias.

Larn colgó. Guardó su teléfono en el sobretodo y abrió su maletín. Tomó una 9mm y se aseguró que estuviera con un cargador nuevo. Luego tomó su billetera y su infaltable cajetilla de cigarrillos. Al rato sintió que llamaban a la puerta. Abrió sin cuidado pues ya imaginaba quien lo buscaba. Era Marcell. Se miraron y se dieron un abrazo. Su amistad no necesitaba de más palabras. Marcell entró a la suite y tomó asiento mientras Larn cerraba tras de sí la puerta y se iba. Marcell se dirigió al mini—bar y sacó una cerveza. La abrió y empezó a hablar:

— Ya puedes salir Haydee... Él ya se ha ido.

Haydee salió de su habitación. Había estado en todo momento despierta, y atenta a lo que pasaba.

— Él...
— Él ha partido y me ha pedido cuidarte. No te afanes. Estará bien. — Haydee guardó silencio y Marcell intuyó lo que sucedía — Créeme, estará bien. Si no se despidió es porque nunca lo hace... — Haydee miró a Marcell incrédula —. No lo hace porque es su cábala.
— ¿Cábala?
— Sí. Tiene la estúpida idea de que si no lo hace entonces es porque regresará... y hasta donde sé, nunca le ha fallado.

[ Continuará ]

© Ͼʜʀɪʂᴛɪᴀɴ 木下

┤Lima/Perú • 1998├

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