[ Réquiem • 150 ]

Me topé en una grisácea calle con unas altivas margaritas. Poco importaba que el viento invernal las meciera. Pareciera, osaría decirlo, que por el contrario disfrutaban de mantenerse férreas y que retaban a todos los cielos, a las lluvias, a los vientos y hasta los recónditos infiernos que intentasen, siquiera, moverlas un milímetro de su citadino feudo. Reflejaban tu estoica perseverancia – que a veces mutaba en exasperante terquedad –, y sonreí, porque entre sus pétalos pude leer claramente tu nombre, y poniendo un poco más de atención noté que susurraban, despacio, las notas de tu sonrisa. Me recordaron una vez más que tu voz siempre fue el toque floral que embellecía el ennegrecido líquido mineral usado como mensajero de sentimientos y sueños de los ilusionados corazones, todavía ciegos creyentes, – como tú–, de amorosos credos; pero también tu voz dio cobijo a las desilusiones salinas, en especial a las que emanaban de este ateo altanero.  Sonrío a solas, como suelen hacer los traviesos niños ante ese tesoro que es sólo suyo y de nadie más, recordando nuestras charlas y debates de temas infinitos, mientras el frío se esmera en forzarme a continuar mi camino. Que no se diga que todo egoísmo es dañino: hay cosas tan nuestras, que ningún dios tiene potestad sobre ellas. Que no se diga que este desterrado te tiene en el olvido al no dar públicos plañires, porque las procesiones más sentidas se llevan en silencio, y las más dolorosas son ataviadas de calma, para ahuyentar a los impertinentes curiosos que vestidos de hipocresía gustan empavonarse. Te lo dije y lo repito: todas las margaritas se volvieron con tu partida eternamente tuyas. Me despido por ahora de ellas, con la promesa de devolverles el saludo mañana, y pasado mañana, y el próximo fin de semana, y la próxima quincena, y los próximos meses, y los próximos años… o quizás hasta la próxima hora ¿Quién podría decirlo? Nadie tiene el último aliento comprado, ni siquiera tu gemelo malvado. Lo único que sé es que allí están y estarán, altivas con simultánea belleza, simpleza y sencillez, enfrentando a este pérfido mundo como solías hacerlo… con exceso de valentía. Por eso aun te admiro tanto, pícara gemela mía, a pesar que yo todavía invoque aquel beso frío que da reposo eterno y me permita, quizás, volverte a ver, para tomarnos otro café y usar de pretexto que todavía es invierno.

Ͼʜʀɪʂᴛᴏᴘʜᴇʀ Ɖʀᴀᴋᴇ / Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú • 11/oct./2021



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