Hoy cumplo lo prometido: te espero en el mismo rincón anónimo y en la misma mesa de siempre, allí donde el sol llega a ser condescendiente mientras danzan la memoria y el olvido, detrás de un letrero que a la vista de los humanos suele pasar desapercibido. Como acordamos, te vengo a ver portando una sonrisa y dejé colgada en el perchero tras la puerta toda tristeza que hubiera generado tu ausencia, junto con las cotidianas desazones que acostumbra darnos la vida a quienes quedamos rezagados en el camino. Me tomé la libertad de adelantar el usual pedido que a nuestras tertulias caracteriza. La eternidad suele pasar demasiado aprisa y el café, emulando al sentir de las parejas consumidas por la inmisericorde rutina, tiende a enfriarse. Peco de egoísta y paladeo la oscura esencia con la vista cerrada para reencontrarse con la tuya conforme calienta mi pecho el divino brebaje al terminar el inicial sorbo. Ya tomaste posesión de tu asiento y desechas todo cordial saludo para reclamarme la impaciencia de no esperar tu arribo, a la par que se frunce ligeramente tu ceño; pero antes que pueda darte la excusa más inútil que invente mi cerebro tu rostro cambia súbitamente y me sonríes con la condescendencia que sólo puede provenir de tanto amor fraterno. Y así, empiezo a ponerme al día de tus peripecias mientras te oigo narrarlas con esa vehemencia que se conjuga con el brillo de tu mirada. Hoy te sigo el amén y prefiero mantenerme en silencio todo lo posible, grabando el sonido de tu voz por si acaso se alargue el forzoso intervalo que me permita un nuevo reencuentro. Las palabras te brotan cual cascadas con esa idéntica emoción que se volvió tu marca registrada. Voy por mi tercera taza y todavía a tus relatos no les has dado pausa. Sonrío. Hay cosas que las prefiero inmune al paso del tiempo, como tus muecas inconscientes y tu cabello revuelto. Por fin, parece que necesitas recuperar aliento y recargas las palabras con esa mutua droga a la cual nos declaramos confesos. Te ofrezco un cigarrillo al cual das bienvenida sin chistar: siempre dijimos con orgullo y sin titubear que, si vamos a envenenarnos, que sea de verdad. La eternidad suele pasar demasiado aprisa y tu presencia es reclamada en otros horizontes. Te percatas que hoy poco te he contado de mí y te disculpas por ello. Te sonrío otra vez, diciéndote que nada nuevo puedo decirte salvo estar más feo y más viejo. Mueves la nariz con la mirada incrédula y te ofrezco contarte sobre mis penurias en próxima cita, obviamente con un café de por medio. Aceptas de mala gana y veo desvanecerse tu silueta como signo de tu partida. Tu lugar pertenece a los celestiales reinos, así como correspondo a los dantescos infiernos; pero todavía nos seguimos debiendo futuros cafés, como si acaso el tiempo no tuviera final. Eso parece inmutable: nuestro recurrente pretexto. Doy un último sorbo al líquido negro y exhalo el poco humo azul que me resta en el pecho antes que se torne en enmudecido vestigio gris dentro del cenicero. Me visto nuevamente de nostalgia y soledad. Verifico que los bolsillos siguen llenos de problemas y también procedo a dejar la misma silla de la misma mesa del mismo anónimo rincón resguardado por el mismo letrero desapercibido. Ahora que no estás puedo confesarle al viento que me es inevitable extrañarte por momentos… los mismos momentos en que la eternidad suele pasar demasiado lento.

— B / Esᴇ ᴄᴀғᴇ́ ᴏ̨ᴜᴇ ɴᴏs ᴅᴇʙᴇᴍᴏs —
┤Ͼʜʀɪʂᴛᴏᴘʜᴇʀ Ɖʀᴀᴋᴇ / Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ├

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
┤Lima/Perú • 11/abr./2022├




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