[ Azrael ]

(Capítulo 1)


«Quizás si lo hubieras visto, podrías entenderlo.  La perfección era absoluta. Cada espacio, cada esquina, cada rincón… No importaba hacia dónde mirases, no existía nada asimétrico. Hasta las fibras de cada hoja en el jardín tenían la forma perfecta, con el mismo limbo y el mismo ápice. Cada baldosa del camino encajaban de manera exacta. Cada día la mañana tenía el mismo brillo exacto y la temperatura correcta. Cada noche las lunas tenían el mismo ritmo. Hasta podrías adivinar cada ciclo a ojos cerrados. Demás decirte de todos los que me rodeaban. Poseían una estética corpórea exquisita. Las voces más aterciopeladas que te hubieras podido imaginar. Los cantos más bellos te rodeaban. La arquitectura más hermosa ante tus ojos, bajo tus pies, para tus manos. Así es la Ciudad De Plata. Todo era su obra. Todo era reflejo de su ser. Todo era divino, y por eso me asqueaba. Sentía el vómito en la garganta de hallarme rodeado de tanta belleza y perfección. Y no lo tomes a mal. No lo digo porque me tocó tener alas negras, ni porque mi voz fuera la menos agraciada ni porque la labor encargada era la que nadie quería (incluso el Primer Lucero, cuando estaba a su diestra, le imploró que no le encomendara hacer lo que hago). No. No es despecho. Era que tanta perfección se me hizo vacua, falsa, insípida. Ser el guía de las almas hacia la Muerte te da otras perspectivas. Sé que Ella sospecha de mí. Aunque somos su creación, Ella no puede leernos la mente. Que su poder divino te haga escupir la verdad ante su mirada de zafiro era luna de otro cielo, pero luego de tantos eones yendo a cada esquina de su creación, ayudándola en mantener el equilibrio de su proyecto personal, había descubierto ciertos modos para evitar abrirle el corazón como todos los demás.
  
Hola “pastor”.  – Era Samuel. – ¿Preocupado por algo?  – Negárselo era casi imposible. Siendo portadora de la paz podía detectar cualquier alteración de energía que denotara intranquilidad, y por eso me gustaba estar a su lado. Ella me ayudaba a practicar para dominar mi espíritu.
Hola hermana.  No, ninguna preocupación, sólo ando observado la perfección que nos rodea.
Eres osado Pastor. Mentir en la Ciudad De Plata depara el mismo destino que al Primer Lucero…
No miento Samuel. – Me acerqué a ella lo suficiente y clavé mi mirar en el suyo. – Puedes verlo en mis ojos.

Había aprendido a volcar mis dudas y pensamientos en hastío, y luego en indiferencia, así que técnicamente, no mentía. Los ojos de Samuel brillaban, hurgando por un indicio de delito y pecado en la prístina ciudad, y al no detectar nada, mi hastío se le contagió y el brillo cesó.

Vale Pastor, que quizás de tanto andar de vigilante en la creación me ha vuelto media paranoica…
¿Media…? – Me regaló su angelical sonrisa como sólo ellos pueden hacerlo, con el gesto más dulce que pueda tu mortal cerebro imaginar.  
¿Y cómo ha estado el pastoreo hoy?
Como siempre. No hay novedad en lo que hago… – De pronto sentí su cabeza sobre mi pecho. Su abrazo intempestivo me tomó con la guardia baja, pero el pulso pude mantenerlo bajo control.  – ¿Y eso?
No importa lo que digan los otros, Azra. Ser testigo de tanta lágrima, llanto y pesar no es fácil. Cada vez que te llevas las almas, soy yo la que consuelo a los deudos… Pero tú, tú cargas con ese pesar de los muertos… todos los días. ¿A dónde va ese pesar? Yo lo sé. Lo cargas tú… – empezó a mover su cabeza en negación. – Deberías dejarme…
No. Sabes que no debes…
Pero yo podría…
Sería desobediencia Samuel…

Eso siempre frenaba su real y honesto deseo de darme consuelo y calma. No era su labor. No era su trabajo. Hacer algo distinto a lo que Ella había dispuesto, era pecado… y jamás permitiría que Samuel experimentara  tanto dolor. No lo podría soportar. Para eso tendría que haberse bebido el dolor a cada hora, a cada año, a cada siglo…, por eones… como yo.

Lo sé. – me respondió, y hasta podría decir que el ángel del consuelo y la paz, se sentía triste, por mí. Besé su frente y cambié de tema.
Ella ha pedido verme.
Ohhhh… – los ojos de Samuel se habían agrandado de manera perfecta y exacta para denotar sorpresa. – ¡Qué honor!
. Me citó al menguar la quinta luna.
¿Me contarás?
Claro que sí. – y le sonreí al único ser que ha visto mi sonrisa, para luego besar su frente, hasta que otra presencia nos alcanzó:
Samuel ¿Qué haces con él?  – Era Miguel, rodeado de su estúpido coro.
Hola hermano – respondió grácilmente Samuel –, pues dándonos un respiro ambos. Que hemos tenidos creo como un siglo sin charlar.
No estamos para charlar, sino para servir con devoción… – dijo Miguel, y su coro, empezó su perfecta y exacta función a repetir sus palabras en cánticos.
Aburres, Miguel – le respondí –. No creas que porque te dio la espada puedes…
Cállate Azra o le pediré castigarte…
¿Cómo hiciste con el Primer Lucero? – dije en tono irónico, y el gesto de Miguel se tornó perfectamente  molesto. Todos sabían que cuando Ella lo desterró por rebelión Miguel debía castigarlo, pero no pudo, y fui yo quien lo terminó encerrando en el Inframundo.
Eres insolente, ángel de alas negras. – y el insufrible coro repetía lo mismo. Milenios atrás, hubiera jurado que me invadía la furia y los hubiera asesinado a todos, pero como sé que tendrán que morir, y estarán a mi cargo, eso me hacía sonreírles de manera tan psicópata, como ahora, que terminaban tras Miguel.
Y con orgullo las llevo. – respondí haciendo una venia.
No puede ser que estén discutiendo otra vez. – Era Gabriel, sonriendo de manera perfecta. – Azra, he venido para…
Calla hermano. Que tu trabajo lo dice todo.
Eres insoportable a veces – respondió Gabriel. – A veces entiendo a Miguel…
Espero que sólo a veces…  Además, ya ha menguado la cuarta luna, y jamás la Muerte falta a una cita.
Cómo debe ser. – replicó Gabriel.
Bueno – espetó Miguel –, iré a supervisar a Ariel. Dicen que ha sembrado tres mundos y los está llenando de vida… le diré que te vi Azra y que vas a destruir todo su trabajo.
Cómo debe ser. – dijo Gabriel, y una sombra perfecta se dibujó en la frente de Miguel, que se retiró con todo su séquito de sicofantes. Samuel había permanecido callada hasta ese momento, para luego decirnos:
Ustedes dan más trabajo que toda la creación junta. – y Gabriel, sonrío de manera perfecta.

Hice una venia a ambos y procedí a orar para darles las instrucciones a mi coro para la guía de almas de hoy. Ya la quinta luna empezaba a menguar.  Gabriel partió a dar otro mensaje y Samuel me tomó del brazo, para luego darme un beso. El único beso que habían probado mis labios.

Ten cuidado…  – La miré extrañado.
¿Debería?
No me preguntes… sólo que hay algo que no siento bien.
Soy la Muerte, Samuel. Nada me pasará. – Sonreí  y me teletransporté  a otro plano. Al plano de Ella. Ya atravesar el ejército de querubines no me era emocionante. Estaba acostumbrado a verlos anunciarme con cantos perfectos mientras abrían un camino con sus armas hasta la sala del trono.  Toqué la puerta y oí la voz de Metatrón haciéndome pasar. El protocolo es el mismo. Lo ha sido, lo es y lo será por los siglos de los siglos. Así sea.

Nadie puede hablar con ella. Nadie puede entender su lenguaje, salvo Metatrón, uno de los pocos que puede quedarse en pie a su lado (el otro, soy yo), así que toda conversación es a través de La Voz.  Una vez pisé el salón, me hinqué en señal de devoción. Ella empezó a hablar… y Metatrón, a traducir:

Siempre tan puntual.
Es la labor de la Muerte, Madre Nuestra.
Acércate mi adorado Azra… no deseo gritar.

Me levanté y caminé junto a Metatrón, a quien le susurré:

¿Sabes que desea?
¿Alguien alguna vez lo sabe? – fue su estoica respuesta.

Llegamos a los pies del trono y nos hincamos.  El lenguaje hecho Verbo empezó a resonar, y Metatrón, levantado,  entraba en estado de posesión. Cumplía su labor.

– Levántate Azra.
Levantado estoy por vuestra gracia.
¿Me eres devoto, Azra? – La pregunta cayó como un puñal de la nada. La respuesta tenía que ser inmediata.
Mi existir es para servirte, Madre Nuestra.
¿Me eres devoto, Azra? – Entendí, agriamente, lo que venía. Esa pregunta no la había oído desde que tuve que encerrar a Luzbel, el Primer Lucero del Amanecer.
En lo que dura la Eternidad, mi señora.
Muy bien. Porque tengo algo que pedirte y sólo tú lo harás.
Mi existir es para servirte, Madre Nuestra.

Una espada apareció ante mis ojos. Demás está decir, que era perfecta.

Tómala.

Sin dudarlo la tomé y se desvaneció. Ya el rito estaba completo. Era parte de mí y podía invocarla en mis manos cuando quisiera.

¿Quién debe morir, Todopoderosa?
¿Por qué crees que te pido asesinar a alguien?
Porque soy la guía de y hacia la Muerte, mi señora. Para eso me creaste. Y si la Muerte encarno, sólo Muerte puedo cumplir.
Tan perspicaz como siempre Azra… Aún me preguntó por qué no te rebelaste junto a él…
No tenía motivos para hacerlo…
¡Mientes!
No, TodopoderosaNo miento.
Mírame y dímelo otra vez.

La miré con todo el control que pude. La miré con indiferencia y sin emoción.

No tenía motivos para hacerlo. – Y era verdad. No los tenía. Que los tenga ahora, era sol de otro firmamento.
Bien… Muy bien…  – Ella se levantó del trono y Metatrón cayó desvanecido sobre el piso del salón.  Se repetía lo mismo que la última vez.  Caminó hacia mí, y sentí su energía imponente. Se acercó a mi oído y musitó su orden, mientras me sangraban las orejas al entender lo que me decía: – Matarás a Luzbel por mí. »

[ Continuará ]

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú • 17/mayo/2018



Comentarios

Entradas populares