[ Azrael ]

(Capítulo 4)



«Mi pequeño coro de cuarenta y dos celestiales esperaba en la entrada del Inframundo, encabezados por Itzel. Ella había servido originalmente con el coro de Rafael y era poseedora de una lealtad, demás decirlo, perfecta. Sin embargo fue asignada a mi coro de manera permanente luego que se me ordenara aprisionar a Luzbel y se me concediera escoger de entre todos los coros a los que considera los más diestros en batalla. Ese coro, que terminaría siendo el mío, empezó con doscientos cuarenta, y tras cruenta batalla en la Gran Rebelión y el encierro al Primer Lucero, éramos todos los que quedábamos. Madre me había ofrecido crear nuevos celestiales para completarlo otra vez pero me negué. Quizás no lo sepas mortal, pero la hermandad de la batalla siempre genera un lazo único e inquebrantable. Uno que Ella, en el fondo, detestaba.

Sus… sus alas Maestro… – fueron las primeras palabras de Itzel, que manifestaba las miradas de todo el coro sobre mi nueva apariencia.
No las necesito más, Itzel. ¿Algún contratiempo?
Todos listos a su llamado, Maestro.
Deja de llamarme así, Itzel. Sabes lo que pienso de las jerarquías…
Todos lo sabemos, Maestro.
Es menester que les diga…
No necesita decirnos nada, Maestro – me interrumpió Itzel. – Si somos proscritos ahora de la Ciudad De Plata es porque nuestra Madre Todopoderosa debe considerar que alguna falta cometimos…
¡No! – grité, y todos se sorprendieron. – ¡Ninguno de ustedes ha cometido pecado! Por el contrario, Madre nos ha expulsado para poder entrar en los infiernos libremente, porque vamos a cumplir su sagrada y divina voluntad: Hoy, mis leales celestes, vamos a dar muerte a Luzbel.

Todos se quedaron perplejos. Tras un par de segundos Itzel tomó la palabra:

Maestro… eso que nos dice.

Invoqué la espada que Madre me había dado y todos entendieron que no podía caber la duda en mis palabras.

Es que lo haremos con esto, Itzel.  

El coro se envalentonó con la nueva misión. Tan perfectamente devotos. Tan perfectamente leales. Tan perfectamente dispuestos al sacrificio en Su Nombre.

¿Revisaron todo como pedí?
Así se hizo Maestro. Y tal como predijiste, todo ha cambiado nuevamente. Pareciera que Luzbel cambia el Inframundo siempre, salvo la entrada principal.
No me sorprende. Un ego tan cercano al de ella tenía que actuar así. ¿Pudiste contactar a Hazazel?
Sí Maestro. Como me ordenaste, le mencioné que si ayudaba, sería regente del Inframundo, y me dijo que la Citadel está atestada de demonios. Luzbel ha llamado a toda su corte…  ¿Podemos confiar en ése demonio?
No. Pero confío en su codicia y en las ganas que tiene de regir los infiernos y desplazar a Luzbel. Ahora bien, supongo que todo el ruido de arriba debió alertar a mi descarriado hermano y ha tomado cierta previsión… ¿Pero sabrá de la misión?
No lo sé Maestro. Quizás podemos escabullirnos por algún lugar…
No.
Quizás entonces podemos llamar su atención por uno de los frentes mientras otro…
No usaré esa estrategia.
¿Cuál es la estrategia a seguir entonces, Maestro? – preguntó Itzel.
¿Estrategia? No hay estrategia, bendita Itzel. Entraremos. Nos bañaremos en sangre de legiones demoniacas enteras y llegaremos hasta la Citadel. Si llegamos vivos a ése punto, quiero que tú me acompañes mientras los demás mantienen el asedio. – Itzel  sonrío, de manera perfecta, y ordenó que todos tomaran sus armas. Luego se me acercó y me ofreció algo en su mano. Era la última de las semillas que Ariel nos dio la primera vez que enfrentamos a Luzbel. Tenía la potestad de al ser ingerida, se podía volver a la vida, más no como celestial, sino como un ser mortal en algún mundo de la creación, sin memoria. Un obsequio de Madre por los servicios prestados.

Todos la tomamos esa vez. – me dijo Itzel – Sólo tú no la tomaste, Maestro.
Soy la Muerte, Itzel. No la necesito.

La verdad que no sabía si era capaz de morir. Habiendo encarnado a la muerte millones de veces sé que todo ha de morir. Incluso yo. Y morir había dejado de ser un temor, para volverse una promesa de libertad.  Cerré la mano de Itzel y le dije:

Pero quiero que en mi nombre se la des a uno de los arcángeles por si…
Samuel la recibirá, Maestro.
¿Qué dices, Itzel?  ¿Por qué crees que lo pido para ella?
Porque sólo ella es importante para usted, Maestro.
A veces  eres insoportable, Itzel.
Como usted, Maes… – la miré con cierto reproche. – Como tú, Azrael. – y me sonrío de manera perfecta. – Tengo una petición Azra, si me lo permites.
Claro, dime.
Si no consigo vivir…
Lo harás.
Si no lo consigo… búscame. Hazme recordar todo. – La miré extrañado.
¿Puedo preguntar el motivo?
No. Sólo que es mi deseo no olvidarlo. – y no me preguntes tampoco mortal, sólo asentí y besé su frente –. ¿Estaré pecando acaso de egoísmo, Azrael?
No. Y tu deseo, así será.
Y si muero…
No morirás Itzel.
Y si muero, ¿Me guiarás tú, Azra?

Esa nueva petición me tomó por sorpresa. La miré y simplemente no podía negarme. Después de Samuel, sólo en Itzel confiaba. Era mi hermana de creación. Era mi mano derecha. Lugarteniente de todo mi coro. Mi mejor guerrero. Pero por encima de todo, era mi mejor amiga, más allá de lo que puede registrar tu limitada idea del espacio y del tiempo.

Te guiaré a ti, y los guiaré a todos, por los siglos de los siglos.
Así será. En tus manos mi alma confío…  Ahora dispénsame, que debo preparar al coro.

E Itzel, luego de una venia protocolar, se retiró, dejándome con una promesa por cumplir, y demasiadas preguntas en la cabeza. ¿Sabía en verdad Luzbel que venía a matarlo? Si lo que Hazazel había informado era cierto, era dudoso que se apareciera con una copa de vino diciéndome “Bienvenido a casa, Caído”.  ¿En verdad habría deducido mi intención por lo sucedió en los Cielos? No. No podría… y sin embargo ya estaba preparado para la batalla. Sus demonios: carne de cañón para calentar el ambiente. Lo interesante sería saber a qué demonios había convocado. ¿Amodeus? ¿Baal? ¿Astaroth? ¿Cimiere? ¿Bilis? ¿Hecate? Cierto es que Hazazel  estaría allí, para cerciorarse de que íbamos a cumplir, porque los celestiales no mienten, e Itzel no le mintió, repitió mis palabras exactas, y el buen demonio iba a poner su espada en dos filos: si la balanza se inclinaba a nuestro favor, nos ayudaba. Si Luzbel resistía bien, nos iba a hacer frente de manera heroica y librar todo rastro de su traición. Por eso no quería estrategias. Quería ser directo en la confrontación. Quería ver qué nueva jugada tenía Madre entre las manos. Aún recordaba la participación de Rafael antes de dejar la Ciudad De Plata. Nunca sabes cómo va el juego, su juego. Sólo sé que debía jugar lo mejor posible, y forzarla a mostrar sus reales intenciones, era mi objetivo.

Reuní a todo mi valiente coro, que había terminado de orar y portaban ansiosos sus armas hambrientas de sangre demoniaca, y les di la única arenga que se me podía ocurrir:

– Benditos… ¡¡¡¿Están listos para pelear con la Muerte de su lado?!!! 

Todos gritaron un “sí” al unísono.  

¡Muerte a Luzbel! – grité.
¡Muerte a Luzbel! – gritaron. 

Y sin mayor preámbulo, rompimos las puertas del infierno, y una nueva masacre daba inicio.»

[ Continuará ]

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú • 22/mayo/2018



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