[ Azrael ]

(Capítulo 5)


«¿Sabes lo que es una Legión, mortal? ¿No? Cada Legión son mil millones de demonios. Y cada Mal gobierna en promedio veinte de ellas. Y todas ellas, delante de nosotros. Imagina un campo atestado de hormigas. Ese era nuestro panorama. Cuarenta y tres Caídos en un acto suicida y sin mayor motivo, que enarbolar los deseos de Ella.

La carnicería empezó sin mediar palabra alguna de parte de nosotros. Sólo empezamos a disparar nuestros ataques de energía y a blandir las armas a diestra y siniestra. Nos abalanzamos contra el mar de demonios delante de nuestros ojos, y la consigna era clara: destruir y avanzar. Al inicio costó generar una brecha que permita que todos podamos entrar. Itzel a mi diestra y Lailah a mi siniestra empezamos a atacar. Detrás empezaron a llegar Maalik y Kushiel, y luego no pude divisar a más, pero estaba seguro que todo el coro había ingresado y se encontraba en batalla. El rezo previo de preparación que habían hecho nos puso en armonía a  todos. Podíamos sentirnos el uno al otro así  no estuvieran a nuestra vista. No creo que lo puedas entender mortal, pero así fue. Pronto me vi rodeado del hedor que sólo la sangre de los demonios puede producir. Lo que hacía – y sabía bien que todos estábamos actuando de la misma manera –, era generar un aura de ataque no nos diera un espacio de movilidad, o todos los demonios alrededor no nos darían espacio de maniobrar. La última fila del coro volaba, manteniendo a todo enemigo alado apartado de nosotros mientras los demás avanzábamos sin misericordia ni piedad.

La espada oscura que Madre me había entregado funcionaba a la perfección, como no podía ser de otro modo. Me bastaba un blandir de la misma para matar a todos los que su filo apuntara. Y seguimos avanzando hasta que tuvimos que empezar a caminar sobre los cuerpos de los demonios abatidos. Mis botas ya no pisaban el suelo, sino carne muerta. Por un momento lo único que podía pensar es que el Vacío iba a dejar de serlo, con tantas almas siendo condenadas a ese destino por nuestras espadas. Miles de miles de miles. Las estaba contando para mantenerme enfocado. De pronto sentí que parte de la armonía cambiaba. Estábamos empezando a caer. Eran demasiados, y aun así seguíamos avanzando, Nadie se acobardaba, sólo seguíamos atacando sin cesar. Algunos demonios huían, otros se envalentonaban más, pero ni un lado ni otro claudicaba en verdad. El hedor se volvía insoportable. El campo de batalla se tornaba cada vez más carmesí. Ya habían caído diez de mi coro, y recién llegábamos a la mitad, y nada cambiaba, todo seguía bajo el mismo guion: Mataba, y avanzaba. Disparaba, y avanzaba. Extremidades regadas por doquier, y avanzaba. Cabezas cortadas rodaban, y avanzábamos.  Itzel llegó a mi lado, y juntos seguimos avanzando.  Pude divisar que Hazazel estaba en la entrada de la Citadel e ingresaba a ella, de seguro para informar a Luzbel y en la entrada reconocí a Amodeus, Bilis y Astaroth , pero sabía que estaban los demás regentes cerca, o debían estar dentro con Luzbel. Si llegábamos a las puertas de la Citadel, los problemas recién iban a empezar. Kushiel, aunque herido, nos dio el alcance. Era claro lo que pasaba. Ya quedábamos casi una veintena, y nos estábamos agrupando para mantener el ataque constante, más la Citadel cada vez se hacía más grande ante nuestra vista. Cada vez estábamos más cerca. Y entre toda la masacre no había ninguna señal de Ella. No había interferido más  que en darme la espada y no haberle quitado habilidades a mi coro. Quizás sólo me mandó a las fauces de Miguel para que pudiera matarme, y lo protegió de mí a través de Rafael. Quizás me conocía tan bien que sabía que iría por Luzbel y me mandó a sus garras. Quizás era parte de su plan para deshacerse de mí. No le convenía por ningún motivo que estaba empezando a pensar por mí mismo. ¿Albedrio? Si crees que es un don, mortal, no sabes lo que es estar batallando en los infiernos y sentir como se extinguen las vidas de tus hermanos una tras otra, sin poder darte un maldito segundo a entristecerte o llorarlos, porque sería tu ruina… todo por el libre albedrío.

Ahora nos alcanzaba Maalik y Lailah, que habían empezado a volar sobre nosotros para darnos ventaja táctica. Podía sentir dos grupos más a los lados y uno en la retaguardia. Ya quedábamos muy pocos, y mi decisión de tentar alguna acción de la Todopoderosa, los había condenado. Mi decisión los había matado… No… No podía dejar que murieran más. No podía dejar que Itzel muriera, se lo había prometido.  Lancé un  potente ataque de energía que abrió un sendero de demonios muertos directo hacia la entrada de la Citadel.

¡Luzbel! – grité con furia. – ¡Ven a dar la cara hermano!
¿Cómo osas nombrarlo, Caído indigno? – Fueron las palabras de Astaroth, y me asqueó la manera en que lo dijo. Sonaba como Miguel llenándose la boca de Su Nombre. Con furia me elevé sobre el campo de batalla, para mi propia sorpresa que duró lo que dura un nanosegundo, porque no imaginé que podía hacerlo sin mis alas, pero me dirigí sin pausa hacia la puerta. Si matábamos a los Males, sus legiones huirían. Era una acción desesperada pero no pude pensar en otra cosa. Estaba desaprovechando mi espada, y ese error no lo iba a seguir cometiendo.

Lancé la espada haciéndola girar en el aire contra Astaroth, quien pretencioso alzó la suya en posición de bloqueo, pero la mía partió la hoja y rebanó el rostro del príncipe infernal, para sorpresa de sus camaradas. Me concentré y la espada se desvaneció para materializarse en mi mano mientras lanzaba energía contra Bilis, que bloqueando mi ataque energético no pudo prever que ya me hallaba frente a él y clavaba mi espada en su abdomen, para moverla hacia arriba y partirlo en dos, de manera literal. El plan empezaba a surtir efecto: las legiones empezaban a retroceder tras los líderes muertos y los que quedaban de mi coro empezaban a tener un segundo aliento que les permitía avanzar mejor, derrotando más demonios a su paso. Giré rápidamente y lancé la espada contra Amodeus, que pudo escapar de ella, no sin antes perder uno de sus brazos. Mi espada se desvaneció para ser invocada nuevamente por mi mano, y mientras tenía entre los ojos el cuello de Amodeus cuando otra espada de aura rojo perfecto se interpuso entre la garganta del demonio y mi espada.

¡Suficiente! – gritó Luzbel, para retomar la compostura de manera inmediata. – Querido Azra ¿No sabes que hay otros modos de visitarme? ¿Si querías venir a matarme no te bastaba menos bullicio?

Retrocedí y noté que todos se habían detenido. Los demonios, los Males, mi coro… Luzbel había salido al fin.

Primer Lucero ¿Lo habrías preferido de otro modo? – le respondí.
¡En absoluto hermano! Si cuando Gabriel me avisó que venías a matarme justo invoqué a todos para ver qué tan capaz es el ángel de alas neg… Espera… ¿Dónde están tus alas querido Azra?

Las palabras de Luzbel cayeron sobre mí y mi coro como una daga en el corazón. Ella le había informado. Ella nos había mandado a una muerte segura.

Me las quité…
¡Bravo! ¡Así se hace Azra! Ahora seré yo el único que posea las alas más bellas… – y dicho esto, Luzbel expandió sus alas perfectas de brillo divino, que enceguecía a todos aquellos que no estuvieran acostumbrados a la perfección. – Pero basta de todo esto. – Luzbel guardó su espada y con un gesto me invitaba a hacer lo mismo. – Si no te habrás dado cuenta Azrael, podrás seguir con ésta masacre o venir conmigo y nosotros terminar nuestros asuntos a solas.
¿Tan confiado estás que no he de matarte?
Para nada querido hermano, pero sabes que lo divertido de vivir, es tomar riesgos.

Alardeaba, y yo también. De seguir así no podía asegurar la vida de los que quedaban de mi coro.

Haré un trato con vos, Luzbel – y empezaron a brillarle los ojos. Luzbel tenía una propensión innata a los tratos. – Déjalos ir sin daño alguno, y seremos sólo tú y yo, bajo tus reglas.
Oh… ¿Altruismos a última hora, Azra? Madre ya había destinado su muerte desde que cruzaron las puertas del infierno…
¿Vas a seguir el plan de Madre como perro faldero, Luzbel?  Pensé que el lacayo obediente era yo.

El Primer Lucero me miró con desdén perfecto. Había atacado su perfecto egocentrismo.  Hizo un movimiento con las manos y los demonios empezaron a dispersarse… y pude notar que sólo siete de mi coro habían quedado con vida. Itzel, entre ellos, para alivio de mi conciencia.

Partirán sin daño y nos enfrentaremos sólo tú y yo, bajo tus reglas, Luzbel…
¿Dudas de mi palabra, Azrael? – inquirió Luzbel con perfecta indignación.
No. – y en verdad no podía hacerlo. Toda esa patraña que crees que Luzbel es el amo de las mentiras son justamente eso: mentira. El valor de la palabra de Luzbel es lo más valioso que tiene. Por eso, sus tratos no se rompen, se cumplen, y el velará eternamente que así sea. Mi coro empezó a partir, pero Itzel se quedó en su posición.
Luzbel… – dijo ella – Azrael me prometió que iba a ingresar con él a la Citadel. – Miré a Itzel con reproche. Estaba jugando con fuego y perdiendo la oportunidad de salir con vida de todo esto.
¿Es verdad eso Azrael?  Sabes que una promesa es una promesa… – dijo Luzbel sonriendo con malicia perfecta.
No lo prometí, fue una orden. Y desde que pedí que partan, esa orden ya no existe.
Oh… Bueno, si es así, lo siento Itzel… pero no puedes quedarte aquí… – Luzbel pasó su mano por la mejilla de Itzel – Pero si deseas servirme… – Itzel escupió a la cara de Luzbel y dio la vuelta para salir del infierno y cruzar el mar de sangre hedionda que habíamos dejado, mientras Luzbel se limpiaba el rostro. – Tan bravía y bizarra como siempre Itzel…  Cuando mueras ya veremos…
Su muerte la decido yo, no tú. – dije en tono grave.
Oh… Es  cierto… Aún eres el portador de la Muerte ¿Verdad, hermano? ¿O seré yo quien porte la tuya? Pero entra por favor… nuestro encuentro recién comienza. – y con su perfecta pompa característica, Luzbel hizo el ademán de  invitación. E ingresé a la Citadel.

Luzbel cumplió su palabra. Nadie dañó a mi coro mientras estuvieron en el Inframundo.

Lo que descubrí dentro de la Citadel, tiempo después, es que Miguel y sus huestes los esperaban del otro lado por encargo de Ella, y les dieron muerte sin piedad en Su Santísimo Nombre. Mi querida y leal Itzel, murió por su espada de luz. Y yo, dentro de la Citadel, no pude salvarla, sólo el dolor en el pecho que me hizo apretar los dientes, y recordar que tenía una promesa pendiente con ella. Guiarle cuando todo acabara, y hacerle recordar.»  

[ Continuará ]

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú • 22/mayo/2018




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