[ Azrael ]

(Capítulo 6)


 «Luzbel me condujo a un páramo solitario adyacente a la Citadel, donde todos los príncipes y generales del Inframundo se habían reunido para ser testigos de nuestro encuentro. Detuvo su andar al sentir mi dolor cuando percibí la muerte de Itzael y los demás, y empezó  a andar hacia el centro de ese espacio.

Como ves hermano. Yo cumplí mi parte del trato. Pero lo que Ella decida…
Lo sé ‘Bel. Ahora dime tu condición. – tenía que acabar con todo esto de una buena vez.
Directo, como siempre. Verás Azra… Si te derroto, me concederás tu poder y servirás aquí por la eternidad… Es un trato justo, si lo piensas: no cargas la culpa de la muerte de tu coro ni de nadie… La verdad sea dicha, no cargas ninguna maldita culpa, solo culpas ajenas, así que tu estancia aquí no será de penitente… – Invoqué la espada oscura inmediatamente.  – Oh… veo que hay prisa hermano. – Luzbel invocó su espada roja. – Bailemos, pues.

Nuestras espadas colisionaron de manera inmediata, más la mirada de Luzbel se clavó en la mía desde el primer ataque. Escudriñaba dentro de mí. Sabía que sus pensamientos estaban corriendo a la velocidad de la luz en su cabeza, como también sucedía en la mía. Un segundo ataque y los dos tuvimos la misma idea: atacar también con energía,  que ambos bloqueamos de manera idéntica. Estábamos pensando lo mismo. Estábamos recordando la vez que le encerré aquí, y los dos actuábamos de manera diferente para intentar sorprender al otro. Los dos fallábamos. Luzbel sonrío de manera perfecta, al darse cuenta de lo mismo. De pronto, un tercer ataque rápido y letal de su parte que pude desviar con lo justo al girar la hoja de mi espada.

Bonito juguete te obsequió Madre, Azra… Gabriel me advirtió al avisarme que vendrías a matarme… ¿Cuál crees que es su sagrada voluntad? – Ahora atacaba yo y Luzbel giraba y daba un paso atrás para esquivar la estocada.
Que mueras, o que muera yo por tu mano…
¿Tú? – Luzbel se elevaba y su espada se multiplicaba en el aire, para caer en forma de lluvia mortal sobre mí – ¿Y por qué habrías de morir tú? – levanté la mano e invoqué un escudo de energía que desvió las espadas que apuntaban hacia mí.
Porque he pecado y ya no le soy devoto… – Luzbel empezó a reír en tono perfecto, haciéndome notar que mi respuesta era errónea, mientras esquivaba mi contraataque.
Ayyy Hermano ¡Eres tan iluso! – los testigos reían, y Luzbel atacaba ahora con más fuerza, y yo también. Cada movimiento se daba en el momento exacto. Los dos sabíamos que cometer el más mínimo error, era dar una ventaja irreparable. De pronto, del suelo empezaban a brotar espadas, por lo cual tuve que elevarme para enfrentarlo de manera aérea. – Piensa Azra… ¡Piensa! – Luzbel invocaba una segunda lluvia de espadas que esta vez llegaba de todo flanco. Tuve que invocar rápidamente un escudo de protección que me rodeara, mientras lo oía – Estás pensando por tu cuenta… Estás cuestionando su autoridad… Estás teniendo libre albedrío…  ¡Por tu propia cuenta! Y yo… ¡Yo no quiero morir!

Luzbel aprovechó mi estado de defensa para atacar inmediatamente una vez cesada la lluvia de espadas, y por más que intenté esquivar el estoque, el filo carmesí  abrió un surco en mi brazo izquierdo y un dolor punzante empezó a recorrerme, mientras mi sangre empezó a brotar, no sin antes girar y dispararle energía sobre la espalda y lanzarlo contra el suelo con fuerza. Pensé que terminaría dañado por las espadas del piso, pero Luzbel las hizo desvanecerse un instante antes de que su cuerpo impactara sobre el campo. Me abalancé hacia Luzbel mientras disparaba energía contra mí y él se levantaba apoyado en su espada, más cuando estuve cerca noté que Luzbel invocaba una segunda espada roja, por lo cual tuve que frenarme y retroceder unos pasos, o mi osadía me hubiera costado  muy caro. Luzbel, lloraba y reía a la vez:

No quiero morir Azra… Tú que eres Muerte no lo entiendes… ¡Pero la vida en libertad es tan preciosa! Sin sus malditas leyes ni su estúpido reino…  

Me condolió ver las lágrimas de ‘Bel, pero había un trato que cumplir, y no iba a ser su sirviente por la eternidad. Me abalancé contra Luzbel y le lancé mi espada mientras él cruzaba sus espadas en posición de bloqueo. Mi espada golpeó las suyas y voló desviada hacia arriba, lo que me permitió barrerme sobre el suelo y quedar a sus espaldas, recibir mi espada caída y darle un corte en una de sus piernas, haciéndolo caer de rodillas y volver a desvanecer mi espada oscura. Me levanté y lo tomé por los cabellos, para invocar nuevamente mi espada y colocar su filo en su cuello, mientras toda su corte sacaba sus armas para ir en contra mía.

Lo lamento, ‘Bel… pero yo tampoco quiero morir…  
Idiota… Ni Ella misma puede matarte… ¡¡¡¿Acaso no lo ves?!!!  – Las palabras de Luzbel me dejaron perplejo, pero no le soltaba ni los cabellos, ni dejaba de acariciarle la garganta con la hoja de mi espada. La moví ligeramente y ‘Bel me entendió – ¡Retrocedan! – ordenó Luzbel, y su corte, luego de un segundo de duda, obedeció.
Explícate ‘Bel, o te enviaré al Vacío.
Azra… Azra… Eres la Muerte, pero estás ciego hermano…  ¿Recuerdas nuestra última cita? Estábamos de acuerdo que al buscar la perfección se cometen errores… y así como Ella erró en darme el libre albedrío, también fue un glorioso y divino yerro suyo volverte la Muerte… Y todos vamos a morir… todos sin excepción, ¿verdad? La Muerte llegará para todos, tarde o temprano… ¡Todos! Sólo que aún no quiero morir, y te mandó a hacer el trabajo sucio… y si yo lograba la hazaña de derrotarte, ibas a renacer como mortal, pues descubrí lo que sucedió con tu coro en nuestra primera batalla… pero tu poder, iba a ser mío… – Eso me dejó saber que Luzbel imaginaba que me había tragado una de las semillas de Ariel –. Sea cual fuere lo que pasará, Ella ya no iba a preocuparse por dos de nosotros, sólo por uno…

Desvanecí mi espada y pateé a Luzbel hacia el frente.  Me agaché y le di un obsequio en forma de susurro por haberme abierto los ojos… o darme nuevas luces a mi pensamiento, que es lo mismo. Luego me levanté, invoqué mi espada nuevamente y la clavé en su pierna izquierda, haciéndolo gritar de manera perfectamente dolorosa.

El dolor, ‘Bel, es un síntoma que estás vivo… – giré levemente la hoja para infringirle más dolor – y como lo sentirás ahora por lo que dura la eternidad, sabrás que la Muerte no te ha recogido.
Maldito seas Azra… – gruñó Luzbel.
Malditos somos, hermano.
Amén.

Y salí del infierno con el brazo aún sangrante y una revelación. Había tenido la respuesta conmigo mismo desde que fui creado.  La muerte no distingue a nadie. La muerte alcanza a todos. Todo habrá de morir alguna vez. Ella, tan omnipotente, perfecta y divina, tendría que morir. El último ser que ha de morir, es el portador de la muerte misma. No había consumido la semilla de Ariel, por lo cual mi poder iba a cargarlo siempre. Iba a ver toda la creación morir. Iba a verla morir, y cuando el último ser muriera, ése, era mi real momento de fallecer. La eternidad acabaría. Y yo, vería su fin. Pero antes… antes tenía unos pendientes que cumplir.

Una vez recuperado de sus heridas, y con una cojera eterna, Luzbel convocó a su corte en privado. Les ordenó que jamás mi ser debería regresar al Inframundo, y que de hacerlo, debían enfrentarme de vida o muerte. Literal. Hecate le preguntó, curiosa, sobre lo que le había dicho al oído y Luzbel, con frescura perfecta, mencionó el obsequio que le di: el nombre del traidor en su corte. Hazazel quiso huir, pero Luzbel se había encerrado con todos ellos. Ahora, su cabeza decora el ingreso al círculo del infierno destinado a los felones. Y mientras mi hermano desquitaba su derrota con su traidor príncipe, yo me encontraba nuevamente ante la puerta de la Ciudad De Plata. Demás decir que me negaron la entrada. Era un expulsado, y además, no sólo un Caído pecador, sino también desobediente a su última orden. Luzbel seguía vivo, y ella lo sabía.

Uriel, armada por completo, llegó a la entrada junto con su coro a darme la cordial invitación de retirada:

¡Lárgate de aquí Caído! – fue su grito perfecto. – O todos caeremos sobre ti.
No he venido por ti, Uriel. He venido por él.
¿De qué hablas, Impío?
Dile que salga.

No necesité decir más. Su orgullo perfecto había sido atacado. Miguel salió de la Ciudad De Plata a darme el encuentro, con altivez y desprecio perfecto.

¿Qué deseas aquí, Oscuro?

Me quedé callado por unos segundos, para luego sonreírle con la plena conciencia de lo que soy:

Venganza…

Y eso fue lo último que oyó Miguel. Me había abalanzado hacia él y había clavado mi espada oscura en su vientre. Quiso zafarse pero lo abracé contra mi pecho, mientras mi espada subía abriendo su tórax, para hacerla desvanecer y reemplazarla con mi mano dentro de su angelical, prístino y perfecto cuerpo. Miguel gritaba. Uriel se quedó muda y los ángeles cercanos huyeron despavoridos. Hurgué con la mano entre sus órganos, hasta alcanzar su aún latiente corazón, el cual se lo arranqué lentamente mientras le susurraba “Con esto, maldito devoto, me pagas por la vida de Itzel…”. La sangre angelical brotaba sin parar, hasta que pude sacarle el corazón, y tenerlo latiendo unos segundos antes de aplastarlo con mi mano, mientras el cuerpo de Miguel yacía en la entrada de los Cielos, en forma de cruz.

¡Madre Nuestra que estás en los cielos! ¡Mira tu destino!

Lancé al suelo los restos del corazón de Miguel y partí, para continuar mi labor de Muerte, no sin antes, saldar una cuenta pendiente.»

[ Continuará ]

© Lᴀʀɴ Sᴏʟᴏ
Lima/Perú • 23/mayo/2018


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